Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 28 de mayo de 2020

Epidemias: LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO, de Thomas Hardy

"... transcurridos varios minutos otras ovejas cayeron, quedando inertes y lívidas como las demás."

(Fragmento del capítulo XXI: Problemas en el redil)

«Joseph, las ovejas se están atiborrando».

Hubo un momento en que el pensamiento de Bathsheba se tornó en habla y ésta en exclamación. Apenas había recobrado la calma desde el disgusto que se llevó con los comentarios de Oak

.- ¡Basta! ¡Basta, si serán idiotas! -exclamó, arrojando la sombrilla y su libro de oraciones a mitad del pasillo, echando a correr en dirección de la desgracia-. ¡A quién se le ocurre venir a buscarme en lugar de sacarlos allí directamente! ¡Hatajo de zoquetes!

Tenía los ojos más oscuros y brillantes que nunca. Si bien la belleza de Bathsheba pertenecía más al estilo demoníaco que al angelical, nunca se veía tan hermosa como cuando se enfadaba, sobre todo cuando el efecto era realzado por un elegante vestido de terciopelo que se había puesto con esmero ante el espejo.

Los hombres salieron corriendo tras ella en tropel, hacia el campo de trébol. Joseph se quedó sin aliento más o menos a mitad del camino, como quien se marchita en un mundo que se vuelve insoportable. Una vez recibido el estímulo que la presencia del ama les proporcionaba, se metieron entre las ovejas con determinación. La mayor parte de los animales enfermos estaban tumbados, y no se movían cuando se les animaba a hacerlo. Cargaron a estos en brazos y condujeron a los demás al campo contiguo. Una vez allí, y transcurridos varios minutos, otras ovejas cayeron, quedando inertes y lívidas como las demás.

Bathsheba, con el corazón a punto de estallar, contemplaba los mejores ejemplares de su rebaño tirados por el suelo:

Hinchadas por el viento y el fétido vaho que expulsaban.

Muchas ovejas echaban espuma por el hocico; su respiración era rauda y entrecortada, y todas tenían el cuerpo gravemente hinchado.

-¡Ay, qué puedo hacer! ¡Qué puedo hacer! -exclamaba Bathsheba con desesperación-. ¡Qué desgraciadas son las ovejas! ¡Siempre les pasa algo! No he conocido un solo rebaño que sobreviva más de un año sin meterse en apuros.

- Sólo hay un modo de salvarlas -dijo Tail.

- ¿Cuál ¡Dímelo, de prisa!- Hay que perforarlas en el costado con un instrumento especial.

- ¿Sabes cómo se hace? ¿Lo sé yo?

- No, señora. Nosotros no sabemos, y usted tampoco. Hay que hacerlo en un punto muy preciso. Si se desvía un centímetro a la derecha o a la izquierda, se mata a la oveja. Normalmente, ni siquiera los pastores saben hacerlo.

- Entonces morirán -dijo Bathsheba con resignación.

-Sólo hay un hombre en los contornos que sepa hacerlo -dijo Joseph, que acababa de llegar en ese momento-. Si estuviera aquí las curaría a todas.


Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).

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