Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 29 de mayo de 2020

Epidemias: EL DOCTOR OX, de Jules Verne

"Se necesitaban dos personas para comer una fresa y cuatro para una pera."

(Fragmento del capítulo X)

En el cual se verá que la epidemia invade la población entera y el efecto que produce

Durante los meses que siguieron, el mal, en vez de disiparse, no hizo más que exten- derse. De las casas particulares, pasó a las calles. La población de Quiquendone no era ya la misma.

Y, fenómeno más extraño aún que los observados hasta entonces, no solamente el reino animal, sino también el vegetal, estaban sometidos a esa influencia. Según el curso ordinario de las cosas, las epidemias son especiales. Las que atacan al hombre no se ceban en los animales, las que persiguen a éstos dejan libres a los vegetales. Jamás se ha visto a un caballo atacado de viruela, ni a un hombre de la peste bovina, así como los carneros no pescan la enfermedad de las patatas. Pero en Quiquendone todas las leyes de la naturaleza parecían trastornadas. No tan sólo se habían modificado el temperamento, el carácter y las ideas de los quiquendoneses, sino que los animales domésticos, perros o gatos, bueyes o caballos, asnos o cabras, sufrían aquella influencia epidémica, como si su medio habitual se hubiera cambiado. Las mismas plantas se emancipaban, si se quiere perdonarnos esta expresión.

En efecto, en los jardines, en las huertas, en los vergeles, se manifestaban síntomas sumamente curiosos. Las plantas enredaderas trepaban con más audacia. Los arbustos se tornaban árboles. Las semillas apenas sembradas ostentaban su verde brote y en igual transcurso de tiempo alcanzaban en pulgadas lo que antes y en las circunstancias más favorables crecían en líneas. Los espárragos llegaban a dos pies de altura; las alcachofas se hacían tan gruesas como melones, y éstos como calabazones, los cuales llegaban al tamaño de la campana mayor, que contaba nueve pies de diámetro. Las berzas se tornaban arbustos y las setas en paraguas.

Las frutas no tardaron en seguir el ejemplo de las verduras. Se necesitaban dos personas para comer una fresa y cuatro para una pera. Los racimos de uva eran todos iguales al pintado tan admirablemente por Poussin en su «Regreso de los enviados a la Tierra Prometida».

Jules Verne (Francia, 1828-1905).

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