"Lo único que permitía saltar todo era un caso de peste a bordo. El buque se declaraba en cuarentena..."
(Fragmento)
- Y hablando en hipótesis -dijo-: ¿sería posible hacer
un viaje directo sin carga ni pasajeros, sin tocar en ningún puerto, sin
nada?
El capitán dijo que sólo era posible en hipótesis. La C.F.C. tenía
compromisos laborales que Florentino Ariza conocía mejor que nadie, tenía
contratos de carga, de pasajeros, de correo, y muchos más, ineludibles en su
mayoría. Lo único que permitía saltar por encima de todo era un caso de peste a
bordo. El buque se declaraba en cuarentena, se izaba la bandera amarilla y se
navegaba en emergencia. El capitán Samaritano había tenido que hacerlo varias
veces por los muchos casos de cólera que se presentaban en el río, aunque luego
las autoridades sanitarias obligaban a los médicos a expedir certificados de
disentería común. Además, muchas veces en la historia del río se izaba la
bandera amarilla de la peste para burlar impuestos, para no recoger un pasajero
indeseable, para impedir requisas inoportunas. Florentino Ariza encontró la
mano de Fermina Daza por debajo de la mesa.
- Pues bien -dijo-: hagamos eso.
El
capitán se sorprendió, pero en seguida, con su instinto de zorro viejo, lo vio
todo claro.-Yo mando en este buque, pero usted manda en nosotros -dijo-. De
modo que si está hablando en serio, deme la orden por escrito, y nos vamos ahora
mismo.
Era en serio, por supuesto, y Florentino Ariza firmó la orden. Al fin y
al cabo cualquiera sabía que los tiempos del cólera no habían terminado, a
pesar de las cuentas alegres de las autoridades sanitarias. En cuanto al buque,
no había problema. Se transfirió la poca carga embarcada, a los pasajeros se
les dijo que había un percance de máquinas, y los mandaron esa madrugada en un
buque de otra empresa. Si estas cosas se hacían por tantas razones inmorales, y
hasta indignas, Florentino Ariza no veía por qué no sería lícito hacerlas por
amor. Lo único que el capitán suplicaba era una escala en Puerto Nare, para
recoger a alguien que lo acompañara en el viaje: también él tenía su corazón
escondido.
Así que el Nueva Fidelidad zarpó al amanecer del día siguiente, sin
carga ni pasajeros, y con la bandera amarilla del cólera flotando de júbilo en
el asta mayor. Al atardecer recogieron en Puerto Nare una mujer más alta y
robusta que el capitán, de una belleza descomunal, a la cual sólo le faltaba la
barba para ser contratada en un circo. Se llamaba Zenaida Neves, pero el
capitán la llamaba Mi Energúmena: una antigua amiga suya, a la que solía
recoger en un puerto para dejarla en otro, y que subió a bordo perseguida por
el ventarrón de la dicha. En aquel moridero triste, donde Florentino Ariza
revivió las nostalgias de Rosalba cuando vio el tren de Envigado subiendo a
duras penas por la antigua cornisa de mulas, se desplomó un aguacero amazónico
que había de seguir con muy pocas pausas por el resto del viaje. Pero a nadie
le importó: la fiesta navegante tenía su techo propio. Aquella noche, como una
contribución personal a la parranda, Fermina Daza bajó a las cocinas, entre las
ovaciones de la tripulación, y preparó para todos un plato inventado que
Florentino Ariza bautizó para él: berenjenas al amor.
Gabriel García Márquez (Colombiano fallecido en México, 1927-2014).
Obtuvo el premio Nobel en 1982.
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