"Al atardecer, la temida palabra «plaga» agitaba como una colmena el pueblo..."
(Fragmento inicial del capítulo 4
En un pequeño pueblo de provincias llamado
oficialmente Troisk y corrientemente Steklovsk, en el departamento de Steklovsk
de la provincia de Kostrona, una mujer con mantón y vestido gris con flores
rosas, de algodón, salió a la escalera de una casita de la antigua catedral y
estalló en lágrimas. Esta mujer, la viuda del diácono de la citada catedral,
sollozó tan fuertemente que pronto otra figura femenina, cubierta con un blanco
chal de lana, apareció en la ventana de la casa de enfrente y dijo
- ¿Qué es eso, Stepanovna?
- ¿Otra vez? ¡La que hace sesenta! -contestó la viuda sollozando
amargamente.
- ¡Ay, pobrecita, pobrecita! -se lamentó la mujer del
chal moviendo la cabeza-. ¡Qué desgracia, la cólera de Dios! ¿Se ha muerto?
- Ven a ver, Matrena -musitó la diaconisa entre sollozos fuertes y sentidos-, ¡ven a ver lo que ha pasado!
La puertecilla gris y combada se cerró de golpe. Los
pies desnudos de la mujer pisaron los polvorientos baches de la calzada y la
viuda, deshaciéndose en lágrimas, llevó en seguida a Matrena a su corral de
gallinas.
A decir verdad, la viuda del reverendo Sawaty Drozdov,
que había muerto en 1926 víctima de angustias antirreligiosas, no sólo no había
perdido nunca su presencia de ánimo, sino que había fundado un floreciente
negocio de aves. Tan pronto como los asuntos de la viuda empezaron a prosperar,
el Gobierno la gravó con un impuesto tal que sus actividades estuvieron a punto
de venirse abajo. Pero había gente buena en el mundo. Aconsejaron a la viuda
que informara a las autoridades locales de que estaba organizando una
cooperativa de obreros en la granja avícola. Los miembros de la cooperativa eran
la propia Drozdova, su fiel sirvienta Matreshka y su nieta, que era sorda. Los
impuestos fueron inmediatamente revocados y el negocio de pollos se extendió y
floreció. Hacia 1928, de esta forma, la población del corral de la viuda,
rodeado de filas de gallineros, se había elevado a doscientas cincuenta
gallinas; contaba incluso con algunas de la especie cochinchina, Los huevos
procedentes de la granja de la viuda aparecían en el mercado de Steklovsk cada
domingo; también se vendían en Tambov y alguna vez llegaban a ser vistos en los
escaparates de la tienda que antiguamente era conocida como Chickin, Quesos y
Mantequilla. Moscú. Y ahora, una preciosa Brahmaputra, la favorita de todo el
mundo, se había paseado de arriba abajo del corral, vacilando, vomitando y
haciendo rodar sus melancólicos ojos hacia el sol como si estuviera viéndolo
por última vez. Había abierto al máximo el pico estirando el cuello hacia el
cielo. Luego, empezó a vomitar sangre.
- ¡Divino Jesús! -gritó la vecina, dándose una palmada en el muslo-. ¿Qué pasa aquí? Nunca vi a un pollo quejarse del estómago como si fuese un ser humano.
Y ésas fueron las últimas palabras que oyó el pobre
animalito, pues, de pronto, cayó de lado, picoteó débilmente el polvo y cerró
los ojos para siempre. Luego, rodó hasta quedar de espaldas, tensó sus patas
como queriéndolas clavar en el cielo y quedó inmóvil.
- Stepanovna, quizá me equivoque, pero juraría que a tus
pollos les han echado mal de ojo. ¿Quién ha visto nunca una cosa igual?
¡Caramba! Las gallinas nunca han enfermado así.
- ¡Los enemigos de mi vida! -clamó al cielo la diaconisa-. ¿Es que acaso lo que quieren es llevarme de este mundo?
Sus palabras fueron contestadas por un recio
quiquiriquí, tras el cual un gallo sucio y flaco voló oblicuamente desde un gallinero
como un borracho escandaloso sale de una taberna. Miró con ojos desorbitados a
las dos mujeres, anduvo como loco por un rincón del corral y extendió sus alas
como si fuera un águila, pero no se elevó del suelo. En lugar de eso, empezó a
correr en círculo por el patio. A mitad de la tercera vuelta se paró y dio
muestras de estar muy enfermo; empezó, en efecto, a toser y a resollar,
esparció a su alrededor varios escupitajos sanguinolentos, se desplomó y apuntó
al sol con sus patas crispadas como garfios.
Una nueva explosión de gemidos femeninos llenó el
ámbito, siendo esta vez contestada por ansiosos cloqueos, batir de alas y
ruidosa algazara, proveniente todo ello de los gallineros.
- Bueno, ¿es o no es un al de ojo? -exclamó triunfalmente la vecina-. Llama al padre Sergy para que oficie un servicio.
A las seis de la tarde, cuando el sol, ya bajo, quedó
como una faz hirviente entre las redondas caras de los girasoles, el padre
Sergy, prior de la iglesia catedral, se quitaba los ornamentos tras haber
completado su servicio. Cabezas curiosas aparecían sobre la vieja valla combada
y se entreveían por las rendijas que dejaban entre sí las tablas que la
componían. La afligida viuda había besado la cruz, vertido copiosas lágrimas
sobre el desgastado rublo amarillo canario, y se lo había dado al padre Sergy;
él, en respuesta, suspiró y murmuró algo a propósito de la cólera del Señor.
Después de eso la multitud de la calle se dispersó y,
como las gallinas se retiran temprano, nadie se enteró de que tres de ellas y
un gallo habían muerto en el mismo momento en el corral de la vecina más
próxima a la Drozdova. Vomitaban, tal como hacían las de esta última, pero con
la única diferencia de que sus muertes ocurrían en un gallinero cerrado, por lo
que el ruido no trascendía al exterior. El gallo cayó de cabeza desde el palo,
y murió en esa postura. Como ocurrió en el corral de la viuda, al atardecer
todos los demás gallineros estaban mortalmente tranquilos, con las aves
yacentes sobre el suelo, amontonadas, tiesas y frías.
A la mañana siguiente el pueblo se despertó como
herido por un rayo debido a que el asunto había adquirido proporciones
monstruosas. Hacia el mediodía, sólo tres gallinas quedaban aún vivas en la
calle Personal; las que pertenecían a los dueños de la última casa, donde vivía
el inspector financiero del departamento. Pero incluso éstas murieron hacia la
una del mediodía. Al atardecer, la temida palabra «plaga» agitaba como una
colmena al pueblo de Steklovsk. El nombre de Drozdova apareció en el periódico
local El Guerrero Rojo en un artículo intitulado «¿Se tratará de una plaga
avícola?». Y de ahí llegó a Moscú.
Mijaíl Bulgákov
(Ruso nacido en Ucrania cuando formaba parte de Rusia y fallecido en la entonces Unión Soviética, 1891-1940).
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