"Pues en Villefranche, por miedo a la peste, no quisieron dejarnos tomar víveres."
(Fragmento de la séptima carta)
Angélique permaneció tres días en cama, luego
volvieron a tomar la barca del Ródano, y pudieron llegar a Aviñón, donde Angélique
hizo curar su herida, y habiendo tomado una nueva barca cuando se sintió mejor,
llegaron por fin a Toulon el día de Pascua.
Una tempestad los acogió al salir del
puerto para ir a Génova; se detuvieron en una ensenada, en el castillo llamado
de Saint-Soupir, cuya dama, viéndolos salvados, mandó cantar el Salve regina.
Luego les dio la colación a la moda del país, con aceitunas y alcaparras, y
ordenó que dieran a su lacayo alcachofas.
«Veis aquí -dice Angélique- lo que es
amor: aun cuando estábamos en un lugar que no era habitado de nadie, hubo que
ayunar los tres días que esperamos el buen viento. No obstante las horas me
parecían minutos, aun cuando estaba muy hambrienta. Pues en Villefranche, por miedo a la peste, no quisieron dejarnos tomar víveres. Así todos muy
hambrientos, nos hicimos a la vela; pero antes, por temor de naufragar, me
quise confesar a un buen padre franciscano que estaba en nuestra compañía, y el
cual también venía a Génova.
Gérard de Nerval (Francia, 1808-1855).
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