"... poco antes habían visto un barco con seis casos de peste por llevar una ballena roñosa al costado."
(Fragmento del capítulo XIV)
Pronto estuvo en cubierta, donde descubrió un extraño
espectáculo. Los marineros, con gorros de punto encarnado, aprestaban los
grandes aparejos de cuadernales para las ballenas, pero trabajaban despacio y
hablaban de prisa, y todos con las narices hacia arriba. De vez en vez alguno
dejaba el trabajo y se iba hacia el palo mayor para respirar un aire algo más
puro.
Sorprendió a Stubb una serie de maldiciones y gritos que procedían de
popa, y al mirar vio una cara furibunda que asomaba a la puerta del camarote
del capitán. Stubb, astutamente, se fue a charlar con el primer oficial, quien
le dijo que detestaba a su capitán, porque era un ignorante vanidoso que les
había metido en aquel asunto repugnante. Haciéndole algunas preguntas
capciosas, comprendió que aquel tipo no sabía nada del ámbar gris. Se calló,
por tanto, pero en todo lo demás se mostró amable y confiado. Luego le preguntó
si quería que su capitán abandonase tan repugnante faena. El otro asintió y
Stubb le dijo algunas palabras en voz baja. En ese momento salió el capitán del
camarote y el primer oficial le presentó a Stubb, adoptando el papel de
intérprete.
- ¿Qué le digo primero? -preguntó el primer oficial.
- Dile que es
una especie de tonto, un niño tonto y grande -lo que el primer oficial tradujo
como que el americano le contaba que poco antes habían visto un barco con seis casos de peste por llevar una ballena roñosa al costado.
El
capitán pidió más detalles.
- Dile -agregó Stubb-, que me parece un mico y que
no tiene ni idea de lo que hay que hacer en un buque.
- Afirma, monsieur, que la
otra ballena, la seca, es aún más peligrosa que la roñosa, y que si valoramos en
algo nuestras vidas, debemos soltarlas inmediatamente o pereceremos de peste.
El
capitán salió corriendo y ordenando que desenganchasen los cadáveres de las ballenas.
La
conversación continuó en términos parecidos. A las barbaridades de Stubb, el piloto
de Guernesy agregaba algunos detalles que convencieran al capitán de que debía cuanto
antes librarse de sus huéspedes. Ambos rieron mucho al ver la cara del capitán cuando
éste volvió a su camarote. Stubb le dijo al primer oficial que enviarían un
cable desde el Pequod para remolcar la ballena y separarla del buque francés.
Herman Melville (Estados Unidos, 1819-1891).
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