(Fragmento del capítulo 1)
De pie junto al poste que señalaba el lugar del último
ahorcamiento en el montículo, con el pelo clarísimo al aire, tenían los ojos
brillantes por el sol y el viento aunque la desesperación les pisara los
talones, y como dos náufragos en una balsa se los protegían contra alguna
esperanza que se esfumaba ante un mundo plano, mientras a su alrededor rompía
el oleaje y los rociaba no de mar, sino de polvo y paja. Para Sigbjørn, el más
joven, el sollozo del viento en torno a la prisión sonaba igual que el viento
en las jarcias de un barco; le parecía escuchar en el aire los hilos
telegráficos repitiendo el lamento fúnebre de la antena de radio en la Bahía de
Bengala,* y el golpeteo de algún postigo flojo bien habría podido ser el
crujido de las tracas de un barco que se bamboleara en una fuerte marejada;
pero, si bien volvía a sentir esa particular angustia del mar, él, que había
sido marinero, detectaba también dentro de sí, por primera vez en varias
semanas ahora que Tor había vuelto de una breve estancia en Londres, el cisma
que los separaba y, con cierto narcisismo, el ir y venir de la marea de los muy
diversos sentimientos del otro.
* Lowry afirmaba que su abuelo materno, capitán de la
marina noruega, había muerto heroicamente en la Bahía de Bengala cuando pidió a
una cañonera inglesa que hundiera su propio barco porque entre la tripulación
se había propagado el cólera.
(Fragmento del capítulo 14)
Christopher señaló una fotografía en la pared:
- Esos
son mis tres hermanos, todos ellos están muertos.
Habló como si por primera vez estuviera
consciente que se trataba de cualquier cosa menos un capricho del destino.
-
Aquel de allá, el primero, lo mató un tranvía… lo dejó sangrando. Y este
segundo, el de aquí, se enterró un clavo en el pie. Y a este joven le pusieron una trampa en un bar, y murió dos días después. A nadie le daban oportunidad en aquella época. Luego está mi pobre hermana, se la llevó la epidemia de influenza en el ’18.
Regresaron
a la habitación del frente, donde Sigbjørn le preguntó la hora, pero
Christopher no la sabía. Miraron a su alrededor los relojes parados.
Malcolm Lowry (Inglaterra, 1909-1957).
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