"Entiérrame al borde el acantilado, Robbie, en donde mis huesos puedan oler el mar."
(Fragmentos del capítulo XXIV)
Robbie volvió con una jarra de agua. Poniendo su brazo detrás de la cabeza de su hermano, le ayudó a beber. Pero después de dos sorbos, Roger tosió y se dejó caer de nuevo sobre el lecho, abriendo la boca en busca de aire.
- No hay remedio -dijo-. La hinchazón ha ganado la garganta e impide pasar el líquido. Humedece los labios solamente, ya es suficiente alivio.
- ¿Cuánto tiempo has permanecido aquí?
- No puedo decirlo. Cuatro o cinco días, quizá. Poco después de tu partida, supe que había contraído la peste. Entonces traje mi lecho aquí a fin de que pudieras reposar tranquilamente arriba cuando regresaras. ¿Cómo está sir William?
- Se ha recobrado, gracias a Dios, lo mismo que la pequeña Katherine. Elizabeth ha escapado al contagio, todavía, lo mismo que la servidumbre. Más de sesenta han muerto esta semana en Tywardreath. La abadía está cerrada, como sabes, el prior y los hermanos han partido para Minster.
- No es ninguna pérdida. Podemos arreglárnoslas sin ellos. ¿Has visitado la capilla?
- Sí, y he recitado la oración de costumbre.
Robbie humedeció de nuevo los labios de su hermano. De una manera ruda y tierna a la vez, trató de aliviar la hinchazón detrás de las orejas.
- Ya te lo he dicho, no hay remedio. Es el fin. No hay ningún sacerdote que pueda asistirme espiritualmente, ni una tumba en el cementerio con los otros. Entiérrame al borde del acantilado, Robbie, en donde mis huesos puedan oler el mar.
(…)
Me levanté del sitio junto a la ventana y fui al estante de libros. Tomé uno de los volúmenes de la Enciclopedia Británica.
- ¿Qué busca usted?
Volví las páginas hasta encontrar lo que quería.
- La fecha de la Peste Negra -dije-. Fue en 1348. Trece años después de la muerte de Isolda.
Volví a colocar el libro en el estante.
- La peste bubónica -comentó el doctor-. Es endémica en el Lejano Oriente. Hay algunos casos en Vietnam. Es una enfermedad horrible que causa una muerte muy dolorosa.
- Lo sé. Acabo de ver justamente a Roger Kylmerth morir de ella en la antigua lavandería convertida en laboratorio por Magnus.
Volví al asiento junto a la ventana y tomé el bastón de Magnus.
- Usted debe haberse preguntado como me las arreglé para hacer mi último «viaje». Esta es la explicación.
Desenrosqué el pomo del bastón y le mostré el pequeño recipiente interior. Lo tomó en sus manos y lo invirtió. Estaba completamente vacío.
- Lo siento -dije-, pero cuando le vi a usted sentado abajo de Gratten, sabía que tenía que hacerlo. Era mi última oportunidad. Y estoy contento de haberlo hecho, pues ahora todo ha terminado definitivamente. No habrá más tentaciones. No más deseos de escaparme hacia otro mundo. Le he dicho a usted que Roger estaba libre. Pues bien, yo también lo estoy ahora.
No me contestó. Continuaba mirando el interior del bastón.
Daphne du Maurier (Inglaterra, 1907-1989).
(Traducido al español por Jaime Pérez).
La novela íntegra puede leerse en Momento digital.
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