Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

domingo, 26 de julio de 2020

Epidemias: AUTOBIOGRAFÍA (La vida de Rubén Darío escrita por él mismo), de Rubén Darío


(Párrafos iniciales del capítulo XVII)

Al llegar a este punto de mis recuerdos, advierto que bien puedo equivocarme, de cuando en cuando, en asuntos de fecha, y anteponer o posponer la prosecución de sucesos. No importa. Quizás ponga algo que aconteció después en momentos que no le corresponde y viceversa. Es fácil, puesto que no cuento con más guía que el esfuerzo de mi memoria. Así, por ejemplo, pienso en algo importante que olvidé cuando he tratado de mi primera permanencia en San Salvador.

Un día, en momentos en que estaba pasando horas tristes, sin apoyo de ninguna clase, viviendo a veces en casa de amigos y sufriendo lo indecible, me sentí mal en la calle. En la ciudad había una epidemia terrible de viruela. Yo creí que lo que me pasaba sería un malestar causado por el desvelo, pero resultó que desgraciadamente era el temido morbo. Me condujeron a un hospital con el comienzo de la fiebre. Pero en el hospital protestaron, puesto que no era aquello un lazareto; y entonces, unos amigos, entre los cuales recuerdo el nombre de Alejandro Salinas, que fue el más eficaz, me llevaron a una población cercana, de clima más benigno, que se llamaba Santa Tecla. Allí se me aisló en una habitación especial y fui atendido, verdadera- mente, como si hubiese sido un miembro de su familia, por unas señoritas de apellido Cáceres Buitrago. Me cuidaron, como he dicho, con cariño y solicitud, y sin temor al contagio de la peste espantosa. Yo perdí el conocimiento, viví algún tiempo en el delirio de la fiebre, sufrí todo lo cruento de los dolores y de las molestias de la enfermedad; pero fui tan bien servido, que no quedaron en mí, una vez que se había triunfado del mal, las feas cicatrices que señalan el paso de la viruela.


Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916).

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