Regresa la primavera a Vancouver.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Adiós, otoño


El último domingo del otoño fue un día espléndido, soleado y tibio. En la madrugada ya estaba haciendo frío. Mucho. Tuvimos que subir la calefacción al máximo y cuando me encontraba poniéndome un segundo par de calcetines, me vino a la memoria el hombre de los cuatro abrigos, en el arranque de País de Nieve, de Yasunari Kawabata, autor de una de las prosas más diáfanas y a la vez mágicas que haya tenido oportunidad de leer:

"El tren salió del tunel y se internó en la nieve. Todo era blanco bajo el cielo nocturno. Se detuvieron en un cruce. Una muchacha sentada del lado opuesto del vagón se acercó a la ventanilla del asiento delantero al de Shimamura y la abrió sin decir palabra.

El frío invadió el vagón. la muchacha asomó medio cuerpo por la ventanilla y llamó al guarda como si éste se hallara a gran distancia. El hombre se acercó con lentitud sobre la nieve, sosteniendo un farol en la mano. llevaba bien cerradas las orejeras de su gorra y una bufanda que apenas dejaba una rendija para los ojos."

Más adelante es este mismo personaje el que advierte la necesidad de usar una prenda sobre otra: "- Sólo me mantengo en calor si llevo cuatro capas de abrigo. Pero los jóvenes son así. Con los primeros fríos, prefieren beber que arroparse. Y, cuando se quieren dar cuenta, ya están en la cama con fiebre..."

Ahora que parece indispensable una cita de Vargas Llosa para darle credibilidad a cualquier texto, se me ocurre un pasaje bíblico, que aparece en La verdad de las mentiras, su volumen de ensayos sobre literatura: "Era ya viejo el rey David, entrado en años, y por más que le cubrían de ropas, no podía entrar en calor. Dijéronle entonces sus servidores: que busquen para mi señor, el rey, una joven virgen que le cuide y le sirva; durmiendo en su seno, el rey, mi señor, entrará en calor."

A las mujeres inglesas de siglos pasados se les educaba para que en las conversaciones no ofendieran a sus interlocutores. Lo cual, con lo ácido del humor inglés, no debe ser fácil. De manera que cuando se encontraban ante desconocidos de quienes ignoraban sus costumbres, relaciones familiares y filiación política, se les aconsejaba abordar el siempre neutro tópico del clima, como lo he hecho en esta ocasión. La razón es que no me fue posible continuar con mis lecturas tanto del propio Verne como sobre él, ya que entre festejos -el jueves celebramos el cumpleaños de un querido amigo-, compromisos propios de esta temporada y un llamado de última hora para trabajar en la serie televisiva The Killing, que según tengo entendido se estrenará en marzo (participé en una escena breve pero la locación se ubicaba muy retirada de donde vivo), no me ha quedado tiempo ni energía para dedicarlos a otras actividades. Espero encontrar la oportunidad en los próximos días para concluir ese tema que se ha ido prolongando de modo involuntario.


La ilustración corresponde a una fotografía del último domingo del otoño,
en Stanley Park de Vancouver.


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