Capítulo cuarto
Fue un día rebosante de acontecimientos.
A las nueve se
presentó Erik Olafsen para despedirse. En algún punto de la línea férrea había
un brote epidémico, y partía para
organizar un hospital. No parecía entusiasmado.
- No hay trabajo más estúpido
-dijo-. Conozco el paño. ¿Sabe a cuántos curamos la última vez que estuve en
uno de esos hospitales?
- No tengo ni la menor idea.
- A ninguno. Absolutamente
ninguno. No conseguimos pillar más que a los pacientes que estaban tan graves
que no podían moverse. Los demás huyeron hacia los poblados, de modo que cada
vez se extendió más la epidemia. A las zonas civilizadas, no envían médicos
sino soldados. Cercan completamente el lugar donde está localizada la epidemia,
y disparan contra todo aquel que pretende huir. Cuando, algunos días más tarde,
ya han muerto todos, prenden fuego a las cabañas. Pero aquí no puedo hacer nada
por los pobres. En fin, el gobierno me ha pedido que vaya, de modo que dentro
de un rato me iré. ¿Dónde está Kätchen?
- De compras.
- Bien. Muy bien. Eso de
llevar ropa vieja y mojada la entristecía. Me alegro muchísimo de que ahora sea
amiga de usted. Despídame de ella.
A las diez regresó Kätchen cargada de
paquetes.
- No sabes lo feliz que me he sentido -dijo-. Todo el mundo está
excitadísimo ante la llegada del verano, y, además, ahora que saben que tengo
un amigo, todos me tratan amablemente. Mira lo que he comprado.
- Precioso. ¿Te
han dado alguna noticia?
- Ha sido muy difícil. Había tanto que hablar acerca de
lo que estaba comprando que no he tenido tiempo de referirme a la política.
Sólo un momento con la austríaca. Ayer tomó el té con el ama de llaves del
presidente, pero me parece que vas a llevarte una decepción. Hace cuatro días
que el ama de llaves no ve al presidente. Resulta que está encerrado en sus
habitaciones.
- ¿Encerrado?
- ¿Encerrado?
- Sí, le han encerrado. Acostumbran a hacerlo siempre que tiene que firmar documentos importantes. Pero al ama de llaves no le hace ninguna gracia. Verás, generalmente son los miembros de su propia familia los que le encierran, y de ordinario vuelven a soltarle al cabo de unas pocas horas. Pero esta vez han sido el doctor Benito y el ruso y los dos secretarios negros venidos de Norteamérica. Fueron ellos quienes lo encerraron hace tres días, y cuando los parientes del presidente quieren verle, les dicen que está borracho. No le han permitido acudir a la inauguración de la Universidad Jackson. El ama de llaves dice que tiene que estar pasando algo.
Evelyn Waugh: Arthur Evelyn St. John Waugh (Inglaterra, 1903-1966).
(Traducido al español por Antonio Mauri).
(Traducido al español por Antonio Mauri).
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