"Tomás está sentado debajo de un peral y aspira el perfume de las peras marrones, arrugadas, caídas a tierra: olor a jardín que se marchita."
(Fragmento inicial del capítulo 66)
Tomás tenía trece años cumplidos cuando hizo un descubrimiento: a una auténtica
aflicción suele seguirle una auténtica alegría, y entonces uno olvida cómo era el
mundo cuando esa alegría no existía.
La escarcha cubre las flores de los coronados. Un herrerillo levanta el vuelo desde
una ramita, en cuyo extremo se insertan unas bolitas blancas, y la deja oscilando.
Frente a la ventana de la habitación que antes ocupaba la abuela Dilbin, Tomás está
sentado debajo de un peral y aspira el perfume de las peras marrones, arrugadas,
caídas a tierra: olor a jardín que se marchita. Miró las contraventanas. No, era todavía
demasiado pronto. Aún debe estar dormida. ¿Y si ya estuviera despierta? Se acercó a
la contraventana y levantó con precaución la falleba, pero en seguida retiró la mano.
Su nueva inquietud: ¿acaso la merecía realmente, pese a todo lo que se ocultaba
en él? Si entre ellos había una cesta de frutas, elegía la peor para que ella no la
cogiera. Cuando ponía la mesa, vigilaba que a ella no le tocaran platos desportillados
(casi todos lo estaban); colocaba el tenedor y se detenía a pensar, pues le parecía que
el suyo era demasiado bueno y a ella le habían dado uno más usado, y lo cambiaba
rápidamente. Despertarla, sí, ¡cuánto le habría gustado hacerlo!, pero sería egoísmo
de su parte.
Czeslaw Milosz
(Polaco nacido en Lituania, 1911-2004). Obtuvo el premio Nobel en 1980.
(Traducido del polaco por Anna Rodón Klemensiewich).
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