"... se salía del cuadro cuando yo estaba dormida y me tapaba con sus alas y me besaba en la boca..."
(Fragmento del capítulo IV: La iglesia y el río)
- ¿Soñar es pecado, padre? -comenzó sin rodeos desde la rejilla del confesionario.
- Por lo general, no -respondió el cura displicente. Siguió ella sin tomar
aliento para no quebrantar el impulso inicial-. Soñé que el arcángel ese
que está en el cuadro del Purgatorio, el catire que tiene la espada en la
mano, se salía del cuadro cuando yo estaba dormida y me tapaba con
sus alas y me besaba en la boca...
- Pero si fue un sueño, tú no tienes la culpa de haberlo soñado, hija.
- Es que -ahora sí titubeó- me gustaba, padre.
- ¿Te gustaba cuando lo soñaste o te sigue gustando después? -preguntó el padre Pernía comenzando a preocuparse.
- Me gustó cuando lo soñé, padre. Ahora no me gusta. Me parece una
cosa horrible, un sacrilegio...
(Fragmento del capítulo XII: Casas Muertas)
Cuatro hombres zafios, de pantalones arremangados hasta la rodilla, hediondos a aguardiente, arrancaban las puertas de una desvalida casa sin dueño y dejaban apenas un
boquete por donde se miraban desde la calle los verdes del patio abando- nado. A la sombra de los airosos túmulos blancos del viejo cementerio lloraba Martica cuando le mostraron una calavera. El arcángel de la
espada llameante se escapaba del Purgatorio para besarla en la boca
mientras dormía. No, no era el arcángel, era Sebastián quien la besaba
al pie del cotoperí, quien la apretaba contra su pecho, quien le ponía a
latir el corazón locamente, como el corazón de los conejos.
Miguel Otero Silva (Venezuela, 1908-1985).
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