(Fragmento del capítulo 8)
Lok bostezó y se reclinó en el hueco de la copa del árbol,
donde estaba a cubierto de las miradas de la gente. El
campamento no era más que una fluctuación de la luz reflejada en los árboles. Miró a Fa, invitándola a dormir a su
lado. Lok le veía la cara y los ojos que espiaban a través de
la hiedra y no parpadeaban. Tan absorta estaba Fa en su
vigilancia que cuando Lok le tocó la pierna con la mano no
dejó de mirar. Lok vio entonces que Fa abría la boca y que la
respiración se le aceleraba. Fa apretó la madera podrida del
árbol muerto. La madera se cascó y desmenuzó
convirtiéndose en una pulpa húmeda. A pesar de sentirse tan
cansando eso interesó a Lok y lo asustó un poco. Tuvo la
imagen de un nuevo que subía al árbol, y echándose hacia
atrás comenzó a apartar las hojas. Fa lo miró de soslayo y la
cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con
un sueño terrible. Tiró de la muñeca de Lok y lo obligó a
echarse. Luego lo tomó por los hombros y ocultó la cara en el
pecho de él. Lok la abrazó, y el Lok exterior sintió un placer
cálido. Pero Fa no quería jugar. Se arrodilló otra vez y puso
la cabeza contra el pecho de Lok mientras Lok sentía en la
mejilla los latidos apresurados del corazón de ella. Trató de
ver qué la asustaba tanto, pero Fa lo sujetó y Lok sólo pudo
ver el ángulo del mentón de Fa y los ojos abiertos, abiertos
constantemente, y vigilantes.
La pelusilla volvió a la cabeza de Lok y el cuerpo de Fa
estaba caliente. Lok cedió, pues sabía que Fa lo despertaría
cuando la gente durmiera y pudieran huir con las niñas. Se
acurrucó en los brazos de Fa, y dejó que la pelusilla que
flotaba ahora en la oscuridad se transformase en todo un
mundo de sueño agotado.
William Golding
(Inglaterra, 1911-1993). Obtuvo el premio Nobel en 1983.
(Traducido al español por Luis Echávarri).
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