El acta de la academia sueca que explica los motivos por los que le fue otorgado el premio Nobel de literatura a Mo Yan, establece que se debe al “realismo alucinante que funde los cuentos tradicionales con la historia y lo contemporáneo”, y ha creado un universo literario reminiscente de los forjados por William Faulkner y García Márquez, lo cual no es ninguna sorpresa si se toma en cuenta que el propio autor ha aceptado una múltiple relectura de las traducciones chinas tanto de El sonido y la furia, obra clave del primero, como Cien años de soledad, el título más emblemático del realismo mágico. La proximidad con Faulkner se advierte en el acta mencionada cuando subraya: “Escribe sobre los campesinos y la vida en el ámbito rural, sobre la gente que lucha para sobrevivir y conservar su dignidad. Algunas veces ganando aunque la mayor parte del tiempo, perdiendo”.
Como ya lo he señalado en alguna otra ocasión, García Márquez nunca ha negado la influencia de Faulkner en su obra, al grado de que en su discurso de aceptación ante la academia sueca estableció: “Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
Resulta claro que García Márquez se asume –por derecho propio, habría que subrayarlo-, uno de los herederos del genio creativo faulkneriano, y si cuando Mo Yan, nacido en 1955, publicaba su primera novela, Lluvia de una noche de primavera, en 1981, la obra del colombiano ya era reconocida de manera universal al grado de que al año siguiente recibiría el Nobel, el escritor chino vendría siendo entonces una suerte de nieto literario de Faulkner, esto es, en términos generacionales.
Ahora con la celebridad que conlleva el premio, las agencias noticiosas repiten con insistencia que su verdadero nombre es Guan Moye y su seudónimo Mo Yan significa “no hables”, paradójicamente todos hablamos de él y los títulos de sus novelas: Sorgo Rojo; Las baladas del ajo; La república del vino; Grandes pechos, amplias caderas; Shifu, harías cualquier cosa por divertirte; La vida y la muerte me están desgastando; y Rana, se mencionan con la familiaridad de las lecturas cotidianas, cuando la verdad es que la mayoría tuvimos nuestra primera aproximación a su obra gracias al cine de su coetáneo Zhang Yimou y no por haberlo leido.
Como detalle curioso, cabe la acotación de que Mo Yan no utiliza una computadora para escribir: prefiere hacerlo a mano. Hace algunos años, la cadena de televisión canadiense CBC realizó un documental sobre Carlos Fuentes, cuando éste vivía en Londres, y aparece en el mismo escribiendo también de puño y letra, lo cual no dejó de sorprenderme porque yo suelo escribir la versión inicial de mis textos a mano y suponía que ya nadie más acostumbraba a hacerlo. Después, cuando falleció Ray Bradbury durante el pasado mes de junio, leyendo algunas de sus entrevistas me encontré con que tampoco había podido habituarse al uso de la computadora y una de sus hijas le ayudaba a transferir lo que él dictaba.
Gao Xingjian es el nombre de otro autor nacido en China que le antecede en la lista de los galardonados con el Nobel de literatura, lo cual aconteció en el año 2000, sin embargo, es ciudadano francés. En 1986 fue prohibida la representación de sus obras teatrales en Pekín, por lo que se trasladó a París, donde radica desde 1987, y allí escribió su novela más importante: La montaña del alma. El anuncio de su premio fue completamente ignorado por los medios de comunicación en China y las autoridades, por su parte, reaccionaron indignadas. Mo Yan es el primer escritor chino que obtiene el Nobel y no permanece recluido en prisión, como Liu Xiabobo –quien recibió el de la Paz hace un par de años-, ni tampoco vive en el extranjero, como es el caso del citado Gao Xingjian.
Jules Etienne
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