"... nuestro afán de lanzarnos al beso en los momentos peor elegidos..."
(Fragmento final)
Presta
fe a mi experiencia. Para empezar, no beses nunca a tu marido en público, en un
vagón, en un restaurante. Es un acto del peor gusto. Aguántate las ganas. Él
creería hacer el ridículo, y te guardaría siempre rencor.
Desconfía
sobre todo de los besos inútiles, prodigados en la intimidad. Tengo la certeza
de que haces un espantoso consumo de ellos.
Y
para citarte un caso, te diré que un día estuviste verdaderamente desagradable.
Nos
hallábamos los tres en tu saloncito, y como mi presencia no los embarazaba, tu
marido te tenía sentada en sus rodillas y te daba largos besos en la nuca,
oculta su boca entre los rizados cabellos de tu cuello. De pronto exclamaste:
"¡El fuego!" No se acordaron del fuego, y estaba a punto de
consumirse. Todo lo que brillaba en la hoguera eran unos tizones mortecinos y a
punto de apagarse. Tu marido se levantó en el acto, se precipitó hacia el arcón
de la leña y sacó del mismo dos troncos grandísimos, que llevaba con gran
dificultad a la chimenea; y en ese preciso momento fuiste hacia él con tus
labios mendicantes y le dijiste: "Bésame". Tu marido volvió la cabeza
haciendo un gran esfuerzo para no dejar caer los maderos. Y tú posaste tu boca
suave, lentamente, en la de aquel desdichado, que tuvo que aguantar, con el
cuello doblado, la cintura en torsión, los brazos doloridos, temblando de
cansancio y de esfuerzo violento. Y tú, sin ver ni comprender, eternizaste
aquel beso martirizador. Después, cuando lo dejaste en libertad, te pusiste a
refunfuñar con gesto de enojo: "¡No sabes besarme!..." ¡Era mucho
pedirle encanto!
Ten
cuidado con eso. Raya en estúpida manía, en tonto impulso inconsciente, nuestro
afán de lanzarnos al beso en los momentos peor elegidos: Cuando él lleva en la
mano un vaso de agua; cuando se está poniendo el calzado; cuando se hace el
nudo de la corbata, en fin, cuando se encuentra en alguna postura incómoda,
entonces lo inmovilizamos con alguna caricia molesta que le fuera a permanecer
un minuto en una actitud iniciada, sin sentir, otro deseo sino el de
desembarazarse de nosotras.}
Sobre
todo, no tomes esta crítica como insignificante y mezquina. El amor es cosa
delicada, pequeña mía; un nada lo lastima; ten presente que todo depende de
nuestro tacto en las zalamerías. Un beso torpe puede ocasionar un gran daño.
Pon
en práctica mis consejos.
Tu
tía que te quiere,
Collette
Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario