"... la fresa celosa se irrita desafiante y trata de igualar la divina encarnación de tu boca..."
(Fragmento del capítulo IX)
A
pesar de todo, algo más fuerte que los razonamientos me grita que es una mujer,
y es la de mis sueños: la única que amaré, la única que debe amarme. Sí, ella
es la diosa de mirada de águila, de hermosas manos regias, que me sonríe
condescendiente desde lo alto de su
trono de nubes. Se ha presentado ante mí bajo ese disfraz para provocarme, para
ver si la reconocía, si mi mirada amorosa penetraba los velos en que se envuelve,
como en esos cuentos maravillosos en que las hadas aparecen al principio bajo
el aspecto de pordioseras y luego, de golpe, se revelan resplandecientes de oro
y pedrerías.
¡Te
he reconocido, amor mío! Ante tu apariencia mi corazón ha brincado en mi pecho
como san Juan en el vientre de santa Isabel cuando fue visitada por la Virgen.
Una luminosidad llameante se ha difuminado en el aire; he sentido como un aroma
de divina ambrosía; he visto a tus pies el rastro de fuego y de inmediato he
comprendido que no eras una simple mortal.
Los
sonidos melodiosos de la viola de santa Cecilia, que los ángeles escuchan con
alborozo, son roncos y discordantes en comparación con las cadencias perladas
que se escapan de tu boca de rubí; las Gracias jóvenes y sonrientes bailan a tu
alrededor una ronda perpetua. Los pájaros, cuando paseas por el bosque,
gorjeando, inclinan sus cabecitas plumadas para verte mejor y silban para ti
sus más hermosos estribillos; la luna amorosa se levanta temprano para besarte
con sus labios de plata, porque abandonó a su pastor por ti; el viento se priva
de borrar de la arena la adorable huella de tu pie; la fuente, cuando te
inclinas, se hace más clara que el cristal por miedo a arrugar y deformar el
reflejo de tu rostro celeste; las púdicas violetas abren
espontáneas sus corazoncitos y hacen mil coqueterías ante ti; la fresa celosa
se irrita desafiante y trata de igualar la divina encarnación de tu boca; el
imperceptible mosquito bordonea alegre y te aplaude batiendo sus alas. Toda la
naturaleza te ama y te admira. ¡Oh, tú, la obra más bella!
Théophile Gautier (Francia, 1811-1872).
(Traducido al español por Carlos de Arce).
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