"¿Qué fragantes violetas, qué jazmines, igualar de tu boca los colores?"
Idilio
(Fragmentos)
Cesó el invierno duro y aterido
Idilio
(Fragmentos)
Cesó el invierno duro y aterido
De ejercer en los montes su
violencia,
Y el sol de nueva claridad
vestido
Llena el orbe de luz con su
presencia
Aparece la hermosa
primavera,
Y el campo cobra su beldad
primera.
Aquesta es la estación de los amores
Aquesta es la estación de los amores
Alégranse las plantas y las
fuentes
Reverdecen los árboles
mayores
Alzando al cielo sus
antiguas frentes,
Y en las orillas del sonoro
río
Presentan un lugar siempre
sombrío.
Todo respira amor, todo consuelo
Todo respira amor, todo consuelo
En esta soledad encantadora
La selva florecida, el
claro cielo,
La turba de los pájaros
canora,
Abren las dulces fuentes
del contento,
Y mitigan también el
sentimiento.
Templando aquí la cítara dorada
Templando aquí la cítara dorada
Cantar quisiera, a solas,
sin testigo
Las gracias y belleza de mi
amada,
Y el fuego ardiente que en
mi pecho abrigo.
(...)
Muchas veces miré la blanca cumbre
(...)
Muchas veces miré la blanca cumbre
Del elevado monte de
Orizaba,
Cuando el nuevo sol la viva
lumbre
En sus eternas nieves
reflejaba;
Y no me pareció su albor
tan bello
Como ru seno cándido y tu
cuello.
¿Qué floridos planteles, qué jardines
¿Qué floridos planteles, qué jardines
Pudieran competir con tus
colores
Qué fragantes violetas, qué
jazmines
Igualar de tu boca los
colores?
¿Qué palma cuando el aire
la regala,
Imitará gentil tu talle y
gala?
Con ru rara beldad, divina Elisa,
Con ru rara beldad, divina Elisa,
Los corazones prendas y
encadenas,
Sus tempestades calmas con
tu risa,
Y las almas sorprendes y
enajenas.
¡Qué sonoro es tu acento,
qué hechicero,
Cuando a tu amante dices:
-Yo te quiero!
A estos amenos campos ven, señora;
A estos amenos campos ven, señora;
Tu sereno semblante aquí
convierte,
Que mal vivirá la alma que
te adora
Con la pensión terrible de
no verte.
Bajan las sombras y declina
el día
¡Y no miro tu rostro, amada
mía!
Pues que prestaste aquí benigno oído
Pues que prestaste aquí benigno oído
A la encendida voz de mis
amores,
Y te es aqueste sitio
conocido,
Ven a gozar en él las
nuevas flores;
Mas si sorda a mi ruego no
vinieras
Te seguirá mi amor a donde
fueras.
José Joaquín Pesado (México, 1801-1861).
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