"Blimunda estaba allí, en la puerta, con un cesto lleno de cerezas, y respondía, Hay un tiempo para construir y un tiempo para destruir..."
(Fragmentos)
Baltasar y el padre Bartolomeu Lourenço se miraron perplejos, y luego hacia
fuera. Blimunda estaba allí, en la puerta, con un cesto lleno de cerezas, y respondía,
Hay un tiempo para construir y un tiempo para destruir, unas manos asentaron las tejas de este tejado, otras lo echarán abajo, y todas las paredes si es preciso. Ésta es
Blimunda, dijo el cura, Sietelunas, añadió el músico. Llevaba ella pendientes de
cerezas, las traía así para que lo viera Baltasar, y por eso se acercó a él sonriendo y
tendiéndole el cesto, Es Venus y Vulcano, pensó el músico, perdonemos la obvia
comparación clásica, qué sabe él cómo es el cuerpo de Blimunda bajo las ropas
groseras que viste, y Baltasar no es sólo el tizón negro que parece, aparte de no ser
cojo, como Vulcano, sino manco, pero eso también lo es Dios. Y qué más quisiera
Venus que tener los ojos que Blimunda tiene, vería así fácilmente en los corazones de
los amantes, que en algo ha de prevalecer un simple mortal sobre las divinidades. Y
eso sin contar que hay algo en lo que también Baltasar gana a Vulcano, porque si el
dios perdió a la diosa, este hombre no perderá a su mujer.
(...)
La noche iba refrescando. Blimunda se había quedado dormida con la cabeza
apoyada en el hombro de Baltasar. Más tarde, él la llevó adentro, se acostaron. El
cura salió al patio, estuvo allí toda la noche, de pie, mirando al cielo y murmurando
en tentación.
(...)
Todas las noches, el cura, cuando volvía a la ciudad por caminos oscuros y
senderos que bajaban hacia Santa Marta y Valverde, se ponía a desear, medio
delirante, que le saliesen facinerosos al camino, quizá el mismo Baltasar, con la
espada herrumbrosa y el espigón mortal, para vengar a Blimunda, y así acabaría todo.
Pero Sietesoles, a esa hora, estaba ya acostado, cubría a Sietelunas con el brazo sano
y murmuraba, Blimunda, y entonces el nombre atravesaba un ancho y oscuro desierto lleno de sombras, tardaba mucho tiempo en llegar a su destino, y luego, al regresar,
las sombras penosamente apartadas, los labios se movían dificultosamente, Baltasar,
allá fuera se oía el rumor de las ramas de los árboles, a veces el grito de un ave
nocturna, bendita seas tú, noche, que cubres y proteges lo bello y lo feo con la misma
capa indiferente, noche antiquísima e idéntica, ven. Cambiaba la cadencia de la
respiración de Blimunda, señal de que se había quedado dormida, y Baltasar,
extenuado por la ansiedad, podía también entrar en el sueño para reencontrar la risa
de Blimunda, qué sería de nosotros si no soñásemos.
José Saramago
(Portugués fallecido en España, 1922-2010). Obtuvo el premio Nobel en 1988.
(Traducido al español por Basilio Losada).
La ilustración corresponde a una fotografía original de Natalia Ciobanu (de 2012),
modificada por la adición de las cerezas sin su autorización.
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