Graves hablaba español perfectamente, sin acento. ¡Pinche gringo! Yo creo que el ruso o va a decir lo mismo acerca de este cuate. Tienen gente para investigar todo. Creo que no hacen más que eso, investigar y, por eso mismo, no pudieron detener el golpe de Dallas. Andaban investigando tanto que no vieron al carguito con su rifle. Y ahora si nos atarugamos, aquí va a pasar lo mismo, mientras siguen investigando a todos. Quien sabe cuántas cosas sabrá éste de mí. Capaz y hasta ya sabe que le hice al maje con Martita y por eso se ríe tanto. Se veía bonita, dormida en mi cama. Me hubiera gustado llevarla hoy a Chapultepec. ¡Pinche Mongolia Exterior!.
- De nuestra investigación, señor García, se deduce que usted nunca ha sido comunista y que en una ocasión desbarató un complot castrista. Por eso lo considera- mos como hombre seguro.
Seguro con la pistola, seguro para matar. ¿A cuántos cristianos se habrá quebrado este gringo?
Graves lo veía intensamente.
- ¿Es usted anticomunista, verdad?
- ¿No que ya me investigaron?
- Pero usted es anticomunista.
- Soy mexicano y aquí en México tenemos la libertad de ser lo que nos da la gana ser.
¡Pinche gringo! ¿Por qué será que hablando con ellos siembre acaba uno echando discursos tan pendejos? Aquí todos tenemos libertad para ser lo que somos, pinches fabricantes de muertos en serie, y de muertos de segunda, hasta eso. Y hay otros por allí, de la Mongolia Exterior, que tienen libertad para hacer muertos de primera, cadáveres. Para éstos no hay más que comunistas y anticomunistas. ¿Qué pasa si le digo la verdad? yo soy pistolero y nada más eso. Y me da lo mismo a cuál partido pertenece el difunto. Si hasta a un cura me eché una vez. Órdenes de mi General Marchen, por allá por el veintinueve.
Graves lo veía con sus ojos duros, pero con la misma sonrisa turística de vendedor de automóviles.
(...)
(Fragmento inicial del capítulo V)
Cuando entró a la sala, el alba llenaba todo de sombrías grises, como grandes manchas de humedad en una casa abandonada. No había nadie. Abrió sin hacer ruido la puerta de la recámara. La luz sin color entraba por la venta junto con los primeros ruidos de la calle. Marta estaba dormida, acurrucada, como si tuviera miedo, los brazos desnudos fuera de las sábanas y las manos unidas cerca de la cara. Lo que no habrán visto esos pinches rusos. -Ellos lo ven todo porque investigan y yo nomás estoy para matar. Matar sin ver al que se mata, sin saber por qué hay que quebrarlo. Tal vez nada más porque sí.
Se detuvo para verla. La respiración era pausada, lenta. Sin hacer ruido se quitó el saco y la funda de la pistola. No quería tenerla encima del corazón. Orita debería meterme en la cama, junto a ella. Orita que está durmiendo. Creo que nunca he visto a una mujer durmiendo, por lo menos a una mujer tan bonita. Por lo general, cuando ya se van a dormir, yo me voy. Ya no las necesito. Y creo que me estoy haciendo maricón. Ya debería estar en la cama con ella. ¿Para qué estar mirando lo que se puede agarrar con las dos manos? ¡Pinches rusos allá enfrente! Sólo mirando, como el chino del cuento. Y yo como ellos. Sin meterme en la cama. ¡Pinche maricón! Distraídamente había tomado la gamuza y limpiaba la pistola. sus dedos se movían sobre ella, como acariciándola, pero no quitaba los ojos de la figura de Marta, dormida en su cama. De pronto se movió y se incorporó de un salto. Sólo tenía puesto el fondo.
- ¡Filiberto!
- No se espante, Martita.
Marta se restregó los ojos y sonrió:
- Te estuve esperando hasta muy noche.
No hizo nada por cubrirse con la sábana. Se sentó en la cama y puso las dos manos sobre las piernas extendidas.
- Luego me dio sueño y me recosté un rato y, como no tengo pijamas... ¿Te vas a acostar?
- No, Martita. Sólo vine a darme un regaderazo y tengo que salir de nuevo.
- Pero si no has dormido nada. En dos noches no has dormido. ¿Quieres café?
Se levantó de un salto. Estaba descalza. Se acercó a García y le puso las dos manos en los hombros. A través del fondo se transparentaban sus pechos, pequeños y duros, y el cabello en desorden le caía hasta los hombros. Olía a cuerpo y a cama. García se inclinó y la besó en la boca, sin abrazarla. Tenía en una mano la pistola y en la otra la gamuza. Ella se apretó contra él.
- Te quiero, Filiberto, te quiero tanto. Aquí sola no tengo otra cosa que hacer más que pensar en ti y en lo que te quiero. Por eso ya te hablo de tú, porque he adelanta- do mucho en nuestras relaciones.
Rafael Bernal
(Mexicano fallecido en Suiza, 1915-1972).
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