Chloé dormía. Durante el día, el nenúfar le prestaba a su piel su bello
color crema, pero durante el sueño no valía la pena y volvían las manchas rojas
de sus mejillas. Sus ojos eran dos marcas azuladas bajo su frente y de lejos no
se sabía si estaban abiertos. Colin estaba sentado en una silla en el comedor y
esperaba. En torno de Chloé había muchas flores. Colin podía esperar todavía
algunas horas antes de ir a buscar otro trabajo. Quería descansar para causar
buena impresión y obtener un empleo verdaderamente remunerador. En la sala era
casi de noche. La ventana se había cerrado hasta diez centímetros del alféizar
y la luz ya no entraba más que en forma de una estrecha franja. Colin sólo
tenía iluminados la frente y los ojos. El resto de su cara vivía en la sombra.
Su tocadiscos ya no funcionaba; había que darle cuerda a mano para cada disco y
eso le fatigaba. Además, también se desgastaban los discos. Ahora, en algunos
apenas se reconocía la melodía. Él creía que si Chloé necesitara algo, el ratón
vendría en seguida a avisarle.
Boris Vian (Francia, 1920-1959).
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