(Fragmento del capítulo 7: La sagrada llaga)
Al
frente se divisaba el vasto y hondo panorama de montañas con sus nevadas cimas
sucediéndose; del lado de acá se alzaba aquel bosque de variados árboles que
por la mañana temprano había ofrecido una vista desolada, pero que a esa luz
tenue del sol presentaba una sosegada y pálida tonalidad entre amarilla y
rojiza. Daba incluso la impresión de que tanto las personas como los árboles
hubieran culminado su fase preparatoria ante la llegada de las inminentes
nevadas, cuando la nieve al acumularse unificaría aquel frente lejano de
montañas para convertirlo en una franja continuada de blancura.
En
éstas, los tres jóvenes dieron alcance a Patrón. Bailarina le dirigió una voz
que lo hizo volverse con amabilidad hacia ella, alterando así las huellas que sobre
la tierra habían hecho sus magníficas botas de cuero. Bailarina, toda solícita,
lo ayudó a sentarse en la silla de ruedas. A su espalda tenían el viejo camino
en bajada, encontrándose ya ellos al cabo del mismo. Vertiente arriba subía el
viento soplando, trayéndoles un frío que hacía presagiar la masa de aire gélido
a punto de llegarles desde las nevadas montañas. Ese lugar que pisaban parecía
ser el adecuado, dada la estación, para poner fin al paseo; de modo que
entendieron que les había llegado el momento de regresar, empujando la silla de
ruedas, con Patrón sentado, pendiente arriba. Bailarina, siempre tan solícita
que no escatimaba esfuerzos por atender a Patrón, era la mejor compañía que
éste podía desear.
(Traducido del japonés por Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala).
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