"La
ropa se deshelará lentamente hasta adquirir la humedad perfecta para la
plancha, que las hará oler a lluvia..."
(Fragmento)
Hoy están afuera. Hace frío y la
nieve es densa como la tierra compacta. Denver ha terminado de cantar la
canción con la que Lady Jones enseñaba a contar a sus alumnos. Beloved tiene
los brazos extendidos hacia delante mientras Denver saca de la cuerda ropa
interior y toallas congeladas. Las apoya una a una en los brazos de Beloved
hasta que la pila, como una baraja gigantesca, le llega al mentón. Denver se
queda con el resto, los delantales y las medias marrones. Mareadas por el frío,
vuelven a la casa. La ropa se deshelará lentamente hasta adquirir la humedad
perfecta para la plancha, que las hará oler a lluvia caliente. Danzando por la
sala con el delantal de Sethe, Beloved quiere saber si hay flores en la
oscuridad. Denver agrega ramitas al fogón y le asegura que sí. Girando como un
tronco, con la cara enmarcada por la tirilla y la cintura abrazada por las
cuerdas del delantal, Beloved dice que tiene sed.
Denver sugiere entibiar un poco de sidra,
mientras se devana los sesos pensando qué podría hacer o decir para despertar
el interés de la bailarina. Denver ya es una estratega y tiene que tenerla a su
lado desde el momento en que Sethe sale a trabajar hasta la hora de su regreso,
cuando Beloved comienza a asomarse a la ventana, sale por la puerta, baja los
peldaños y se acerca al camino. Las maquinaciones han cambiado señaladamente a
Denver. Antes era indolente y le molestaban las tareas, ahora es activa,
ejecutiva, e incluso suma trabajos a los asignados por Sethe. Todo para poder
decir: «Tenemos que» y «Ma nos ha dejado dicho que». De lo contrario, Beloved
se pone reservada y ensoñadora, o callada y mohína, y las posibilidades de
Denver de ser mirada por ella caen por la borda. No tiene ningún control sobre
las veladas. Cuando su madre está cerca, Beloved sólo tiene ojos para Sethe. De
noche, en la cama, puede ocurrir cualquier cosa. Se le ocurre que le cuente una
historia en la oscuridad, cuando Denver no puede verla. O le da por levantarse e
ir a la fresquera, donde ahora duerme Paul D. O se echa a llorar, en silencio.
Incluso puede dormir como un tronco, con el aliento azucarado después de
haberse chupado los dedos llenos de melaza o de migajas de galletitas. Denver
se volverá hacia ella entonces, y si Beloved está de frente, respirará hondo el
dulce aire que sale de su boca. Si está de espaldas, se inclinará por encima de
ella, de vez en cuando, para dar una olisqueada. Porque cualquier cosa es mejor
que el hambre original... El momento en que, después de un año de maravillosas ies
minúsculas, de oraciones estiradas como la masa de un pastel y de la
compañía de otros chicos, dejó de oír. Cualquier cosa es mejor que el silencio
con que respondía a las gesticu- laciones y era indiferente al movimiento de los
labios. Cuando veía hasta el objeto más minúsculo y los colores palpitaban ante
sus ojos. Renunciará al ocaso chillón, a las estrellas grandes como platos y a
la efusión encarnada del otoño a cambio de un amarillo pálido si proviene de su
Beloved.
La jarra de la sidra es pesada, pero siempre lo es, hasta cuando está vacía. Denver puede llevarla cómodamente, pero le pide a Beloved que la ayude. Está en la fresquera, junto a los tarros de melaza y a tres kilos de queso cheddar duro como una piedra. En el suelo hay un jergón, cubierto de periódicos, con una manta a los pies. Lleva un mes haciendo de cama, aunque ha llegado la nieve y el invierno es crudo.
Toni Morrison (Estados Unidos, 1931). Obtuvo el premio Nobel en 1993.
(Traducido al español por Iris Menéndez).
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