"¿Quién va por la planicie entre el sol y la nieve, entre el oro fugaz y tanta eternidad amontonada?"
Aves de granizo,
aves de vuelo autónomo y caudal,
aves mercuriales, litúrgicas, de hielo,
apenas toleradas en la constelación de los lebreles,
plumaje de humo pétreo, pico con olor metálico de sangre,
centinelas de un lago planetario, ojo de cíclope
en la frente de un país perdido entre las nubes!
Ascendió de las costas de clima de placenta
a las mesetas, de las mesetas a las cumbres,
de las cumbres a lo más alto del planeta.
La atmósfera sin cielo. Los nevados sin párpados.
El altiplano consumido por el viento.
Picachos, cresterías, macizos hacia adentro esculpidos,
sólo visibles cavidades, del otro lado de estas moles,
se mirará el relieve, aquí sólo el vacío de las formas,
el espacio desnudo y el silencio.
¿Quién va por la planicie entre el sol y la nieve,
entre el oro fugaz y tanta eternidad amontonada?
La cabellera dulce de una mujer, su risa,
el ámbito amarillo de su falda en corolas.
El grito del que llora su alegría.
Los abuelos cocidos en arena.
Las llamas, sólo ojos, triscando los bigotes
de indios enterrados bajo copas de pino.
Por el arco de dos hombros de piedra,
el vano del arco donde la raza tiene el corazón,
pasa la solar hermosura hacia el mar dulce de los Andes
y pasan sus ejércitos de fuego,
los maizales, ejércitos de lenguas,
los pajales, ceniza de oro frío,
y el telón, y los dedos, y la huella
del Héroe vestido de inmensidad dormida.
Parpadeo y resuello de afilada nariz
hecha al sollozo. Ahora pasan las indiadas
más ágiles que el aire en son de guerra.
Van vestidas de harapos, harapo sobre harapo,
plumaje de miseria, y vuelven más callados,
desnuda libertad vestida de banderas.
Hablar es sólo ruido de chocantes injertos
más antiguos que el hombre: injerto en la garganta
del aullar del lobo, del bramido del toro,
del balar de la oveja y el vuelo de los cóndores
perdidos en el aire que rodea la tierra.
En el lago sagrado, donde se vuelve niebla
de oscuridad el tiempo, flotan islas de breas
caldeadas por canículas de espumas,
son los pasos, las huellas
del Héroe hacia el templo,
peregrino de sueño con reflejo de piedra
que se copia en el agua,
mientras su voz terrestre,
su perfil en sonido,
lo guarda entre los filos de los dientes nevados
la boca de Bolivia.
Miguel Ángel Asturias (Guatemalteco fallecido en España, 1899-1974).
Obtuvo el premio Nobel en 1967.
La ilustración corresponde al amanecer en la cordillera Huayna Potosí, en Bolivia.
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