(Fragmento)
Antes
de Bayona volvió a nevar. No eran más de las siete, pero encontraron las calles
desiertas y las casas cerradas por la furia de la borrasca, y al cabo de muchas
vueltas sin encontrar una farmacia decidieron seguir adelante. Billy Sánchez se
alegró con la decisión. Tenía una pasión insaciable por los automóviles raros y
un papá con demasiados sentimientos de culpa y recursos de sobra para
complacerlo, y nunca había conducido nada igual a aquel Bentley convertible de
regalo de bodas. Era tanta su embriaguez en el volante que cuanto más andaba
menos cansado se sentía. Estaba dispuesto a llegar esa noche a Burdeos, donde
tenían reservada la suite nupcial del hotel Splendid, y no habría vientos
contrarios ni bastante nieve en el cielo para impedirlo.
Nena
Daconte, en cambio, estaba agotada, sobre todo por el último tramo de la
carretera desde Madrid, que era una cornisa de cabras azotada por el granizo.
Así que después de Bayona se enrolló un pañuelo en el anular apretándolo bien
para detener la sangre que seguía fluyendo, y se durmió a fondo. Billy Sánchez
no lo advirtió sino al borde de la medianoche, después de que acabó de nevar y
el viento se paró de pronto entre los pinos y el cielo de las landas se llenó
de estrellas glaciales. Había pasado frente a las luces dormidas de Burdeos,
pero sólo se detuvo para llenar el tanque en una estación de la carretera, pues
aún le quedaban ánimos para llegar hasta París sin tomar aliento. Era tan feliz
con su juguete grande de 25.000 libras esterlinas que ni siquiera se preguntó
si lo sería también la criatura radiante que dormía a su lado con la venda del
anular empapada de sangre, y cuyo sueño de adolescente, por primera vez, estaba
atravesado por ráfagas de incertidumbre.
Se
habían casado tres días antes, a diez mil kilómetros de allí, en Cartagena de
Indias, con el asombro de los padres de él y la desilusión de los de ella, y la
bendición personal del arzobispo primado. Nadie, salvo ellos mismos, entendía
el fundamento real ni conoció el origen de ese amor imprevisible. Había
empezado tres meses antes de la boda, un domingo de mar en que la pandilla de
Billy Sánchez se tomó por asalto los vestidores de mujeres de los balnearios de
Marbella. Nena Daconte había cumplido apenas dieciocho años, acababa de
regresar del internado de la Chátellenie, en Saint-Blaise, Suiza, hablando
cuatro idiomas sin acento y con un dominio maestro del saxofón tenor, y aquel
era su primer domingo de mar desde el regreso. Se había desnudado por completo
para ponerse el traje de baño cuando empezó la estampida de pánico y los gritos
de abordaje en las casetas vecinas, pero no entendió lo que ocurría hasta que
la aldaba de su puerta saltó en astillas y vio parada frente a ella al
bandolero más hermoso que se podía concebir. Lo único que llevaba puesto era un
calzoncillo lineal de falsa piel de leopardo, y tenía el cuerpo apacible y
elástico y el color dorado de la gente de mar. En el puño derecho, donde tenía
una esclava metálica de gladiador romano, llevaba enrollada una cadena de
hierro que le servía de arma mortal, y tenía colgada del cuello una medalla sin
santo que palpitaba en silencio con el susto del corazón. Habían estado juntos
en la escuela primaria y habían roto muchas piñatas en las fiestas de
cumpleaños, pues ambos pertenecían a la estirpe provinciana que manejaba a su
arbitrio el destino de la ciudad desde los tiempos de la colonia, pero habían
dejado de verse tantos años que no se reconocieron a primera vista. Nena
Daconte permaneció de pie, inmóvil, sin hacer nada por ocultar su desnudez
intensa. Billy Sánchez cumplió entonces con su rito pueril: se bajó el
calzoncillo de leopardo y le mostró su respetable animal erguido. Ella lo miró
de frente y sin asombro.
-
Los he visto más grandes y más firmes -dijo, dominando el terror-. De modo que
piensa bien lo que vas a hacer, porque conmigo te tienes que comportar mejor
que un negro.
En
realidad, Nena Daconte no sólo era virgen, sino que nunca hasta entonces había
visto un hombre desnudo, pero el desafío resultó eficaz. Lo único que se le ocurrió
a Billy Sánchez fue tirar un puñetazo de rabia contra la pared con la cadena
enrollada en la mano, y se astilló los huesos. Ella lo llevó en su coche al
hospital, lo ayudó a sobrellevar la convalecencia, y al final aprendieron
juntos a hacer el amor de la buena manera.
Gabriel García Márquez (Colombiano fallecido en México, 1927-2014).
Obtuvo el premio Nobel en 1982.
El texto íntegro se puede leer en Ciudad Seva
La ilustración corresponde a un trabajo visual de Trini Schultz.
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