Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 12 de marzo de 2018

Nieve: EL CARRO DE LOS ELEGIDOS, de Patrick White

"El paisaje fijo comenzó a derretirse. Las desnudas ramas de las hayas parecían flotar..."

(Fragmento del capítulo VII de la primera parte)

De esta forma el tren se arrastraba a través de Alemania y se hubiera podido creer que atravesaba Europa. El paisaje fijo comenzó a derretirse. Las desnudas ramas de las hayas parecían flotar como ligeras melenas, al tiempo que parecían ser alambres espinosos. Los campos y los bosques parecían liberados momentáneamente de la prisión del invierno. Un agua negra corría entre los almohadones de la sucia nieve; ante aquella milagrosa liberación, los campesinos de una granja reían alrededor de un montón de estiércol humeante. Una chiquilla pálida como un fruto subterráneo bailaba en un prado, sin saber ella misma lo que quería recibir en su mandil extendido.
 
Como el tren penetraba siempre cada vez más en el corazón de Europa, la señora del Brötchen enroscaba alrededor de un dedo enguantado de negro, los locos mechones de sus cabellos, de un rojo ardiente. Se dignaba declarar que era oriunda de Czernowitz, que tenía fortuna personal y dotes artísticas. Desgraciadamente las circunstancias la habían conducido lejos del teatro y de sus éxitos hasta la Alemania del Norte.
 
Los chiquillos habían elevado sus ojos, estrechando los dos su caballo de madera pintada.
 
- Na, na -suspiraba el padre del sombrero negro, que tenía un labio caído e incrédulo.
 
El paisaje pasaba. El cielo no se mostraba en su pleno esplendor, pero se le atisbaba entre los desgarrones de las nubes. Aquello le bastaba a Himmelfarb, que había cerrado los ojos tras sus gafas, más harto que cansado. Después de las largas horas de la noche, demasiadas cosas habían sido reveladas y demasiado pronto. Él estaba harto.
 

Patrick White (Australiano nacido en Inglaterra, 1912-1990).
Obtuvo el premio Nobel en 1973.

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