(Fragmentos del capítulo XXVI)
Alí bajá estaba exhausto, pero satisfecho. Daville, a la luz de ese día
nevado de invierno, advirtió por primera vez que las pupilas del visir danzaban
intermitente- mente. En cuanto clavaba la vista y la mirada reposaba, empezaban a
titilar. El visir debía de saberlo y le resultaba desagradable, por eso movía
los ojos sin cesar, y su cara adquiría una expresión huraña e inquieta.
Alí bajá, que para la ocasión se había puesto el anillo en el dedo
corazón de la mano derecha, agradeció el regalo y las felicitaciones. Habló
poco de la campaña contra Serbia y de sus victorias con la falsa modestia de
las personas vanidosas y suspicaces que callan, porque consideran que las
palabras serían pobres e insuficientes; con su silencio menosprecian al
interlocutor y magnifican así su triunfo como algo indescriptible e inaccesible
para la gente corriente. Estos vencedores abruman durante años a cualquiera que
hable con ellos de sus éxitos.
(...)
Y mientras rememoraba todo eso, él atravesaba realmente el bazar hundido
en el crepúsculo y lleno de nieve.
La mayoría de las tiendas ya habían cerrado. Había pocos transeúntes y
caminaban despacio y encorvados, como si arrastraran grilletes, por la nieve
compacta y profunda, con las manos metidas en el cinturón y las orejas tapadas
con una bufanda.
(...)
Daville despidió a d’Avenat y se quedó solo en el atardecer nevado. La
humedad llegaba desde el valle en grandes oleadas. La nieve alta y blanda
ahogaba todos los ruidos. Al fondo del horizonte, se divisaba el turbe de
Abdulah bajá totalmente blanco.
(...)
Se adivinaba a través de la ventana la tenue luz de la vela que ardía en
la tumba del interior. No
quedaba más que el cirio triste del turbe y, en el otro extremo de la ciudad,
una luz, diferente y más grande. Allí, en una bodega, destilaban rakija, como
todos los años en aquella época.
En efecto, al otro lado del desfiladero de Travnik, cubierto de nieve
húmeda, habían colocado el primer alambique en la bodega de Petar Fufic y
empezaban a destilar rakija . La destilería estaba fuera de la ciudad, a la
orilla del Lasva, un poco más abajo del camino que llevaba a Kalibunar.
Las corrientes húmedas y el aguanieve barrían el valle. En la destilería
que flotaba sobre el agua, la «bruja», el alambique, resoplaba y silbaba toda
la noche bajo el tejado, expulsando el humo por la chimenea.
Ivo Andrić
(Serbiocroata nacido en Bosnia durante el imperio otomano y fallecido en Serbia cuando formaba parte de Yugoslavia, 1892-1975). Obtuvo el premio Nobel en 1961.
La ilustración corresponde a la ciudad de Travnik bajo la nieve.
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