Regresa la primavera a Vancouver.

domingo, 18 de febrero de 2018

Nieve: LA SIBILA, de Pär Lagerkvist

"... ante un pico cubierto de nieves eternas, blanco, sombrío y misterioso bajo las temblorosas estrellas."
 
(Fragmento)

De repente, desapareció la bruma y se encontraron ante un pico cubierto de nieves eternas, blanco, sombrío y misterioso bajo las temblorosas estrellas. Una suave pendiente seguía hasta el nevado filo, y en ella podía verse claramente un senderito estrecho, que ascendía en zigzag y desaparecía bajo la nieve. No podía saberse adónde conducía, no hacia más que seguir, irse hacia el más allá, alejarse, desaparecer en forma extraña impresionante bajo la nieve. Por ese senderito continuo ascendiendo la anciana.
 
A poco andar se inclinó y recogió algo del suelo. Era una faja o cinturón de cuero de cabra. Lo observó intensamente y dejó luego caer la mano, exhalando un hondo suspiro. Siguió avanzando. Poco después encontró una chaqueta arrojada a un lado de la senda, también de cuero de cabra. La recogió asimismo y se la echó al hombro, sin decir nada. Más adelante halló una sandalia, y todavía, no mucho más allá, un trozo de cuero sencillamente trabajado y una correa. Todo aquello estaba casi a la orilla misma de la nieve. Allí se detuvieron y miraron la enigmática montaña. Había nevado ligeramente durante la noche, y sobre la delgada capa de nieve descubrieron,
en la dirección del sendero, la nítida huella de un pie descalzo. Al ascender más encontraron una huella tras otra... Alguien había ascendido, con los pies descalzos, hacia las nieves eternas. Eran las huellas débiles, pero claras, de un pie pequeño bien formado. Luego iban volviéndose cada vez más débiles, iban borrándose y borrándose hasta no ser más que una alusión, un signo casi invisible sobre la nieve. Y continuaban así, desvaneciéndose. En sentido contrario no había ninguna huella.

La anciana se quedó mirando aquel desvanecido signo de un pie que había tenido contacto con la tierra, el pie de un ser que había ido perdiendo su peso y su tamaño al llegar al espacio donde, sobre la montaña divina, tenía uno la sensación de moverse entre las estrellas.
 
Pär Lagerkvist (Suecia, 1891-1974). Obtuvo el premio Nobel en 1951.

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