Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 24 de febrero de 2018

Nieve: DOCTOR ZHIVAGO, de Boris Pasternak

"... y otras veces experimentaba el temor de que la nieve cubriese en el cementerio el cuerpo de su madre..."
 
(Fragmento del libro primero, capítulo 2)

Al atardecer refrescó mucho. Dos ventanas al nivel del suelo daban al desolado rincón de un huerto lleno de amarillos arbustos de acacia, a las heladas charcas de la carretera y a ese lugar del cementerio donde por la mañana habían enterrado a María Nikoláevna. Excepto algunos cuadros de coles azuladas por el frío, el huerto estaba vacío. Cuando arreciaba el viento, las desnudas ramas de las acacias se agitaban como poseídas, curvándose sobre la carretera.
 
Un golpe dado en la puerta despertó a Yura durante la noche. La oscura celda se había iluminado extrañamente por una inmóvil luz blanca. Yura corrió en camisa hasta la ventana y pegó la cara al cristal helado.
 
Afuera no existían ya carretera, ni cementerio, ni huerto. En el patio arreciaba la nevasca y el aire era un humo de nieve. Como si se hubiese dado cuenta de su presencia y, sabiendo que le causaba espanto, gozaba con la impresión que le producía. La tormenta silbaba y ululaba, buscando por todos los medios atraer su atención. Como una urdimbre que se desenrollara sin fin, una espesa trama blanca caía del cielo sobre la tierra, cubriéndola de fúnebres lienzos. Solamente la tormenta permanecía en el mundo, sin rival alguno.
 
La primera intención de Yura al apartarse del alféizar fue vestirse y salir para hacer algo. A veces le asaltaba la idea de que las coles del monasterio no se podrían arrancar antes de que la nieve las sepultase, y otras veces experimentaba el temor de que la nieve cubriese en el cementerio el cuerpo de su madre y, sin que pudiera defenderse ya, se fuese hundiendo bajo la tierra, cada vez más profundamente y más lejos de él.


Boris Pasternak (Rusia, 1890-1960). Obtuvo el premio Nobel en 1958.

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