Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 10 de febrero de 2018

Nieve: SILJA, de Frans Eemil Sillanpää

"El bosque sepultado bajo la nieve hace olvidar al hombre las preocupaciones que le han asaltado en los campos."

(Fragmento de la primera parte: El padre)

Kustaa se preguntaba qué tenía que hacer. Experimentaba un vago sentimiento de que tenía que abandonar algo, pero no habría sabido decir qué era: en todo caso, resultaba delicioso hundirse en la soledad.
 
El bosque sepultado bajo la nieve hace olvidar al hombre las preocupaciones que le han asaltado en los campos. Pueden encontrarse allí en todo momento unos instantes de olvido, si bien los pensamientos tristes acaban siempre por volver y por continuar su curso eterno.
 
Partir para no volver a ver ni recordar…, lejos del hombre cuya garganta habían apretado sus dedos y que se resistía a nombrar. Al imaginar la partida, evocaba todo lo que se relacionaba con aquel hombre. Había el cortijo y sus habitantes, la joven esposa que se despertaba en aquel momento en «Salmelus», sola por primera vez. Sí, y también «Salmelus», toda la heredad, y además, los que se la habían legado: padre y madre: todos intervenían en aquella vaga idea de partida, y él también, como si hubiese tenido que romper consigo mismo. Y luego el ser que iba a venir al mundo… Por primera vez, Kustaa pensó en él, directa y brutalmente. Pero una asociación de ideas le volvió a llevar irresistiblemente al punto de partida: aquel individuo había empujado a Hilma en el momento en que él había intervenido, demasiado tarde, pues el cuerpo de la mujer había chocado con el ángulo de la estufa. Ahora, al volver a pensarlo, tenía la impresión de que no había obtenido satisfacción de aquel botarate y que no la obtendría nunca. En estos casos hay que vengarse en el momento.
 
La imagen de Iivari Plihtari se iba agrandando en el pensamiento de Kustaa, que se sentía incluso abandonado por el bosque nevado, enfurruñado al nacer el día. Iivari, aquel borracho, aquel canalla, había descargado la mano sobre una mujer encinta, que para colmo era su propia hermana. Era tan repugnante que Kustaa renunció a pensar en ello, al tiempo que se decía que se había hecho violencia al niño que iba a nacer, y no únicamente a la madre. Iivari había pisoteado la paternidad de Kustaa, y éste experimentaba espanto casi al considerar esta situación. ¿Para qué ir allá abajo? El camino parecía decirle: «Puedes seguirme a tu antojo, soy incapaz de ayudarte. Al fin y al cabo tendrás que regresar a tu casa». (Fabricio Valserra)
 
 
Frans Eemil Sillanpää (Finlandia, 1888-1964). Obtuvo el premio Nobel en 1939.
 
(Traducido al español por Fabricio Valserra).

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