Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 16 de febrero de 2018

NIEVE, de William Faulkner


(Fragmento)

- ¿No ves el sol?
 
Porque el sol se había puesto. Había dejado el valle mientras estábamos allí; ahora sólo descansaba en las nieves altas, rosadas y sin consistencia como nubes contra un cielo que cambiaba ya de verde a violeta. Seguimos adelante; el camino serpeaba y zigzagueaba a nuestros pies, abismándose en la oscuridad. En el pueblo se veían ahora luces, trémulas y parpadeantes como luces que fluctuaran sobre el agua, o bajo el agua, y de pronto se acabó la nieve. La habíamos dejado atrás, habíamos emergido de ella; súbitamente hizo más frío, como si en el fulgor de la nieve hubiese cierta calidez y ahora no hubiera ya nada sino el crepúsculo y el frío. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, el propio pueblo se había inclinado hacia un lado, y volví a pensar que en aquel país no existía ni un pie cuadrado llano de verdad; los pueblos de los valles, incluso, no eran llanos sino vistos desde arriba. Acaso toda la tierra parecía llana mientras uno caía hacia ella; acaso uno no podría soportar mirarla o acaso no podría hacer sino mirarla.
 
- ¿Te sigue gustando la nieve? –dije-. Quizá sea mejor que llenemos el hueco con nieve antes de que se nos acabe.
 
- Quizá no quiera hacerlo por ahora -dijo Don.
 
Don iba delante; siempre era el más rápido en el descenso. Llegó, pues, el primero al valle; tal como había cesado la nieve cesaron las montañas, que se convirtieron en el valle, y el valle, a su vez y casi de inmediato, se convirtió en el pueblo, y el camino en una calle empedrada que volvía a ascender. También allí Don llegó el primero.
 

William Faulkner (Estados Unidos, 1897-1962). Obtuvo el premio Nobel en 1949.

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