Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

domingo, 11 de febrero de 2018

Nieve: LA CAÍDA DEL REY, de Johannes V. Jensen

"Cuando se acercaron a Sten Sture estaba muerto. La nieve ya no se derretía sobre su rostro."
 
Miserere
 
(Fragmento)

Algo se le vino  a Axel a las mientes estando allí sentado, una noche de invierno que pasó junto a la hoguera en los helados bosques de Tiveden con una manta enrollada a la cabeza y pensando en la horrible pobreza del hombre frente a la muerte. La noticia del fin de Sten Sture acababa de llegar a oídos del ejército. Los daneses la acogieron con gran contento, la alegría reinaba en el gélido campamento. Esa noche la nieve crujía bajo las botas festivamente y las estrellas lucían con todos los colores del arco iris por entre las solitarias copas de los árboles. La muerte de hombre tan peligroso era objeto de amenas deliberaciones. Pero Axel, que con sus propios ojos lo había visto caer herido sobre el hielo de Bogesund, regocijándose entonces del imprevisto fin de un enemigo -¡montura y jinete atravesando a su vez la imagen de montura y jinete que devolvía aquel hielo espejeante!-, Axel comenzó a pensar en aquel hombre que había muerto solo en su trineo sobre las heladas corrientes del lago Melar aplastando con el cuerpo su pierna rota. Murió, tenía que morir.
 
La nieve descendía por el aire negro, o quizás fuese el cielo quien se inclinara amenazando con desplomarse; el lago cedió con un suspiro al paso del trineo, como si la tierra toda no confiara en poder resistir. En aquel instante la regia inquietud partió el corazón humano. Las vastas tierras de Suecia se hundieron a sus pies en forma de hielo y lago quejumbroso, los cuidados de rey de Sten Sture, su enfermedad y su dolor acabaron sus días en aquel angosto trineo como un llanto infantil que enmudece, como una cuna que se detiene. Cuando se acercaron a Sten Sture estaba muerto. La nieve ya no se derretía sobre su rostro. Hasta donde alcanzaba la vista no había más que hielo y nieve, Sten Sture, y tú permanecías inmóvil; a lo lejos por aquel desierto helado, parecían resonar débiles gritos de auxilio devueltos por un eco cantarón, oh Sten Sture.
 
 
Johannes Vilhelm Jensen (Dinamarca, 1873-1950). Obtuvo el premio Nobel en 1944.
 
(Traducido al español por Blanca Ortiz).
La ilustración corresponde a La muerte de Sten Sture (1921), de C. G. Lellqvists.

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