(Fragmento)
No estar equivocado es uno de los sentimientos que reemplazan a todos los demás en estas almas despóticas. Desde hacía algún tiempo, se había entablado un secreto combate entre las ideas de los dos esposos, y el joven magistrado se cansó pronto de una lucha que jamás debía cesar. ¿Qué hombre y qué carácter resisten la visión de un semblante amorosamente hipócrita, y un reproche categórico opuesto continua- mente a los más insignificantes deseos? ¿Qué partido adoptar contra una mujer que se sirve de vuestra pasión para proteger su insensibilidad, que parece resuelta a permanecer suavemente inexorable, y que se dispone gozosa a desempeñar el papel de víctima, y mira a un marido como un instrumento de Dios y como un mal cuyo martirio le evita los del purgatorio? ¿Con qué descripción podría darse una idea de estas mujeres que hacen odiar la virtud desvirtuando los más dulces preceptos de una religión que San Juan resumía con: «Amaos los unos a los otros»? Como existiese en un almacén de modas un solo sombrero condenado a permanecer en exposición o a ser enviado a las colonias, Granville estaba seguro de que su mujer se lo pondría; si se fabricaba un tejido de un color o con un dibujo desgraciado, ella se lo colgaba. Estas pobres beatas son desesperantes en su manera de vestir. La falta de gusto es uno de los defectos inseparables de la falsa devoción. De este modo, en la existencia íntima, que requiere la mayor expansión, Granville se encontró sin compañía: tuvo que ir solo a las reuniones de sociedad, a las fiestas y a los espectá- culos. Nada en su casa le era simpático. Entre el lecho de su mujer y el suyo había un gran crucifijo, colocado allí como el símbolo de su destino. ¿No se representa en él una divinidad condenada a muerte, un hombre-dios muerto en toda la belleza esplendorosa de la vida y de la juventud? El marfil de aquella cruz era menos frío que Angélica crucificando a su marido en nombre de la virtud. La desgracia nació entre los dos lechos: aquella mujer joven no veía sino deberes en los goces del himeneo. Un miércoles de ceniza se suscitó allí la observancia de los ayunos; el pálido y lívido semblante con una voz tajante ordenó una cuaresma completa, sin que Granville juzgase oportuno escribir entonces al Papa, a fin de obtener su opinión del consistorio acerca del modo de observar la cuaresma, las témporas y las vigilias de las festivi- dades.
Honoré de Balzac (Francia, 1799-1850).
(Traducido al español por Aurelio Garzón del Camino).
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