(Párrafo final)
Unos cuantos golpes leves sobre el cristal lo hicieron asomarse por la ventana. Había empezado a nevar otra vez. Somnoliento, observó los copos, plateados y oscuros, cayendo oblicuos a contraluz de la lámpara. Había llegado el momento para él de emprender el viaje rumbo al oeste. Sí, los periódicos acertaron: la nieve era general sobre toda Irlanda. Estaba cayendo en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el cerro de Allen y, más al oeste, suavemente caía sobre las turbias aguas del Shannon. También caía en todo el desolado cementerio de la iglesia junto a la colina, en la que Michael Furey yacía enterrado. Reposaba espesa, sobre las cruces corvas y las lápidas, sobre las lanzas de la reja, sobre las espinas yermas. Su alma se desvanecía lenta al escuchar caer la nieve leve sobre el universo y cayendo leve, como el descenso de su último suspiro, sobre todos los vivos y los muertos.
James Joyce (Irlanda, 1882-1941).
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
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