(Fragmento)
Un
gran catafalco forrado de púrpura ostenta, en su parte más alta, una cama de
ébano rodeada de antorchas y de cestas con filigranas de plata donde muestran
su verdor unas lechugas, malvas y matas de hinojo. En los escalones, sentadas
de arriba abajo, hay unas mujeres todas vestidas de negro, con el cinturón
desa- brochado, descalzas y sosteniendo con aire melancólico grandes ramos de
flores.
En
el suelo, en las cuatro esquinas del estrado, unas urnas de alabastro llenas de
mirra echan humo lentamente.
Encima
de la cama se ve el cadáver de un hombre. Le chorrea la sangre por uno de sus
muslos. Deja colgar el brazo y un perro que aúlla le lame las uñas.
La
fila de antorchas –demasiado juntas- impide que se le vea la cara y Antonio se
siente lleno de angustia. Tiene miedo de reconocer a alguien.
Las
mujeres dejan de llorar y tras un intervalo de silencio
TODAS
salmodian al mismo tiempo
¡Hermoso!
¡Hermoso! ¡Es muy hermoso! ¡Ya has dormido bastante, levanta la cabeza! ¡En
pie! ¡Aspira el perfume de nuestros ramos de flores! Son narcisos y anémonas que
hemos cortado en tus jardines para agradarte. ¡Anímate, nos das miedo!
¡Habla!
¿Qué es lo que necesitas? ¿Quieres beber vino? ¿Deseas acostarte en nuestras
camas? ¿Quieres comer panes de miel con forma de pajaritos?
¡Abracemos
sus caderas, besemos su pecho! ¡Así, así! Acaso no sientes cómo recorren tu
cuerpo nuestros dedos llenos de sortijas, ni cómo buscan tu boca nuestros
labios, ni cómo nuestros cabellos acarician tus piernas! ¡Dios desvanecido y
sordo a nuestras plegarias!
Dan
gritos arañándose la cara con las uñas y luego callan; se siguen oyendo los
ladridos del perro.
¡Ay!
¡Ay! ¡La negra sangre corre por sus carnes de nieve! ¡Y ahora se le tuercen las
rodillas, sus costillas se hunden! Las flores de su rostro han mojado la
púrpura. ¡Está muerto! ¡Lloremos y aflijámonos!
Acuden
todas en fila a depositar entre las antorchas sus largas cabelleras que, desde
lejos, parecen serpientes negras o rubias. El catafalco va bajando despacio
hasta llegar al nivel de una gruta, de un tenebroso sepulcro abierto en su
parte posterior.
Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880).
La ilustración corresponde a La tentación de San Antonio (1895), de Henri Pierre Picou.
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