"- Vamos, Stephen, no pienso tragarme eso. ¿Por qué me amaste? - Podría ser por tu boca."
(Fragmento del capítulo VII)
(Fragmento del capítulo VII)
- ¿Por qué me
amaste? -dijo ella, tras haber observado de manera prolongada y meditabunda un pájaro que volaba.
- No lo sé
-replicó él despreocupado.
- Oh, sí lo sabes
-insistió Elfride.
- Quizá por tus
ojos.
- ¿Qué les pasa?
Vamos, no me irrites con una respuesta a la ligera. ¿Qué les pasa a mis ojos?
- Oh, nada digno
de mención. Están los dos igual de bien.
- Vamos, Stephen,
no pienso tragarme eso. ¿Por qué me amaste?
- Podría ser por
tu boca.
- Bueno, ¿qué le
pasa a mi boca?
- Me pareció una
boca bastante pasable...
- Eso no es muy
halagüeño.
-Tiene unos
labios dulces y hacen un bonito puchero; aunque, de hecho, no es más que una
boca como la que tiene todo el mundo.
- No te lo
inventes sobre la marcha, Stephen. Y dime, ¿porqué-me-amaste?
- Quizá fue por
tu cuello y por tu pelo, aunque no estoy seguro, o por tu sangre indolente, que
lo único que hacía era retirarse de tus mejillas y volver; pero no estoy
seguro. O por tus manos y brazos, que eclipsaron todas las demás manos y
brazos; o por tus pies, que jugueteaban bajo tu vestido como unos ratoncillos;
o por tu lengua, de un tono tan delicado. Pero no estoy del todo seguro.
- Ah, eso es muy
bonito decirlo; pero poco me interesa tu amor si ha hecho una imagen tan simple
y chata de mí como ésa, y si no estás seguro, y si razonas tan fríamente; pero
sí lo que sentiste que yo era, Stephen -y cuando dijo esas palabras una furtiva
carcajada y una expresión retozona apareció en la cara de él-, cuando te
dijiste: «Pienso amar a esa joven».
Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).
(Traducido al español por Damián Alou).
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