"... y aporreando con sus romas uñas las teclas del derrengado piano, se dispuso a cantar con voz recia..."
(Fragmento del capítulo 13)
- No puedo
escuchar con paciencia que ataquen a la mujer -prosiguió Evdoksia-. Es
espantoso, espantoso. En vez de atacar a las mujeres, lean ustedes el libro de
Michelet De l'amour. ¡Qué maravilla! ¡Señores, hablemos del amor! -añadió
Evdoksia, hundiendo su mano lánguidamente en el blando almohadón del diván.
Se percibió un
súbito silencio.
- No; ¿a qué
hablar del amor? -refunfuñó Basarov-. Hace un momento mencionó usted a
Odintsova... Creo recordar que la llamó así, ¿no? ¿Quién es esa señora?
- ¡Un encanto, un
encanto de mujer! -ponderó Sitnikov-. Yo se la presentaré. Inteligente, rica,
viuda. ¡Lástima que aún no esté lo bastante evolucionada! Hay que hacer que
trate más a fondo a nuestra Evdoksia. A su salud, Eudoxie! ¡Choquemos! Et toc, et toc, et tin-tin-tin. Et toc, et
toc, et tin- tin-ton...
- Víctor, está
usted borracho.
El almuerzo se
prolongó por un largo rato. A la primera botella de champaña siguió otra
segunda, la tercera, y luego una cuarta... Evdoksia charlaba sin parar;
Sitnikov repetía sus palabras. Hablaron hasta por los codos sobre si el
matrimonio era un prejuicio o un crimen, y lo mismo el traer criaturas al
mundo..., y en qué consiste propiamente la individualidad. Llegó la situación
al extremo de que Evdoksia, colorada por el efecto del vino y aporreando con
sus romas uñas las teclas del derrengado piano, se dispuso a cantar con voz
recia, primero canciones gitanas; luego, una romanza de Seymour-Schif (Soñemos con la soleada Granada), mientras Sitnikov se liaba una cinta en la frente
y representaba el papel del amante reconciliado, cantando estos versos:
Y tu boca con la mía
Fundir en ardientes besos.
Iván Turguéniev (Rusia, 1818-1883).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario