(Fragmento de la escena IV de la cuarta parte: El mundo pasional)
Sara: ¡Oh joven
encantador que, a pesar de la inmodestia de mis palabras, ha presentido a su
sacra hermana! ¡Eres un ser inesperado!... No quiero otro atavío que tu mirada
de niño en la que tan bella soy; y estoy tan pálida por verme condenada a
sufrir tanto amor. En cuanto a nuestras grandes riquezas, dejémonos vivir con
nuestras estrelladas ensoñaciones.
Axël se
ha sentado en un almohadón, a los pies de Sara, cruzando sus brazos sobre las rodillas
de la hermosa muchacha; la mira por algún tiempo, como perdido en un abismo de
silencioso gozo.
Axël: Sí; semejante
a la estatua del Adiós, tenías que aparecer ante mí, con tu luto, sonriente y
cubierta de pedrería, entre las tumbas. Bajo tu nocturna cabellera eres como un
lis ideal, florecido en las tinieblas. ¡Qué estremecimientos suscita en mí tu
visión! ¿Mi amor? ¿Mis deseos?... Te pierdes en ellos, como si te bañaras en el
océano. Si quieres huir, huyes en ellos. Te acosan y te penetran, ¡oh
bienamada! Te levantan y mueren en ti... para revivir en tu belleza.
Sara, sonriente, respirando los cabellos de Axël: Tienes el olor de las hojas en los claros otoños, ¡cazador mío! Has mezclado tu ser salvaje con toda el alma de los bosques... Cara alegría...
Le contempla como orgullosa y embriagada.
Axël, como en lo más profundo de un sueño: Sara, mi virginal amiga, mi eterna hermana, no oigo ya lo que dices pero tu sola voz... (Tomándola en sus brazos, transportado): ¡Oh, la flor de tu ser, tu boca divina! En un beso convertirme en... ¡Oh!, la luz de esa sonrisa; beber ese soplo del cielo, ¡tu aliento! ¡Tu alma!
Sara, atrayendo hacia su seno la frente de Axël; luego, grave y posando dulcemente los labios en los suyos: ¿Mi alma? ¡Hela aquí, bienamado!
Quedan arrobados, como inanimados y sin palabras.
Auguste de Villiers de L'Isle-Adam
Jean-Marie-Mathias-Philippe-Auguste, conde de Villiers de l'Isle-Adam (Francia, 1838-1889).
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