Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 28 de febrero de 2019

Tu boca: LA GALATEA, de Miguel de Cervantes


(Fragmento del primer libro)

¡Ay, Lisandro, Lisandro!, y cómo la amistad de Carino te costará la vida, pues no es posible sino que te la acabe el dolor de haberla yo por ti perdido. ¡Ay, cruel hermano!, ¿es posible que sin oír mis disculpas tan presto me quesiste dar la pena de mi yerro?” Cuando estas razones oí, en la voz y en ellas conocí luego ser Leonida la que las decía, y présago de mi desventura, con el sentido turbado, fui a tiento a dar adonde Leonida estaba envuelta en su propia sangre; y, habiéndola conocido luego, dejándome caer sobre el herido cuerpo, haciendo los estremos de dolor posible, le dije: “¿Qué desdicha es esta, bien mío? Ánima mía, ¿cuál fue la cruel mano que no ha tenido respecto a tanta hermosura?” En estas palabras fui conocido de Leonida, y, levantando con gran trabajo los cansados brazos, los echó por cima de mi cuello, y, apretando con la mayor fuerza que pudo, juntando su boca con la mía, con flacas y mal pronunciadas razones, me dijo solas estas: “Mi hermano me ha muerto; Carino, vendido; Libeo está sin vida, la cual te dé Dios a ti, Lisandro mío, largos y felices años, y a mí me deje gozar en la otra del reposo que aquí me ha negado”. Y, juntando más su boca con la mía, habiendo cerrado los labios para darme el primero y último beso, al abrirlos se le salió el alma y quedó muerta en mis brazos. Cuando yo lo sentí, abandonándome sobre el helado cuerpo, quedé sin ningún sentido. Y si como era yo el vivo, fuera el muerto, quien en aquel trance nos viera, el lamentable de Píramo y Tisbe trujera a la memoria.


Miguel de Cervantes (España, 1547-1616).

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