"... el taller de Nicolás, bien surtido de cepillos, sierras, taladros y un torno; me entretengo fabricando curiosidades."
(Fragmento del capítulo XXXIV)
(Fragmento del capítulo XXXIV)
Estamos
en el mes de febrero. Me ha asaltado un pensamiento insinuante del que me
apodero, para que no se me escape: esperar hasta que reblandezca el hielo en
los campos y haya menos nieve, para atravesar la montaña y emigrar a Suecia.
Cosa resuelta.
Para
poner en ejecución mi proyecto, preciso que mi ropa esté a punto; pero Petra es
tan escrupulosamente limpia, que la lava en varias aguas distintas. Mientras
tanto, yo distraigo mis ocios en el taller de Nicolás, bien surtido de
cepillos, sierras, taladros y un torno; me entretengo fabricando curiosidades.
Para un chico de una alquería vecina, estoy construyendo un molino de viento,
impulsado, naturalmente, por el viento, que rechina y zumba que es un encanto.
Recuerdo que cuando era niño designábamos este artefacto con el nombre
onomatopéyico de carracas de viento.
También
paso el tiempo merodeando por las cercanías de cuando en cuando, y procuro
desentumecer mi cabeza invernal lo mejor que puedo. No le echo la culpa al
invierno, no se la atribuyo a nadie, no; pero me faltan el hierro candente, la
juventud y el poder supremo. ¡Oh, Señor! Si durante horas enteras avanzo por la
senda que se interna en el bosque, con las manos sobre mis viejas espaldas,
puede acontecer que, de pronto, me asalte un repentino recuerdo dorado, que
perdura unos instantes; entonces me detengo enarcando las cejas y penetro la
lejanía con mirada atónita. ¿Va a surgir un hierro candente? ¡Nada,
evaporación, no más! Y me quedo atrás, tristemente sosegado.
Knut Hamsun (Noruega, 1859-1952). Obtuvo el premio Nobel en 1920.
(Traducido al español por Luis Molins).
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