"«L'e el di di mort, alegher ¡Es el día de los muertos, alegría!», había pensado Montalbano..."
(Fragmento)
- Mire, quiero decirle en primer lugar que me baso en
todo lo que he averiguado a través de las televisiones locales y la lectura de
los periódicos. Puede que las cosas no sean realmente así. De todos modos,
alguien ha dicho que la piedra que cubría la entrada la habían habilitado como
puerta los mafiosos o quienquiera que se dedicara al tráfico de armas. No es
cierto. Esta habilitación, por así decirlo, la hizo el abuelo de un queridísimo
amigo mío, Lillo Rizzitano.
- ¿Sabe en qué época?
- Pues claro que lo sé. Hacia el
año 41, cuando el aceite, la harina y el trigo empezaron a escasear por culpa
de la guerra. Por aquel entonces, todas las tierras que rodeaban el Crasto y el
crasticeddru pertenecían a Giacomo Rizzitano, el abuelo de Lillo, que había
ganado dinero en América con medios ilícitos, o, por lo menos, eso decían en el
pueblo. A Giacomo Rizzitano se le ocurrió la idea de cerrar la cueva, colocando
aquella piedra a modo de puerta. En el interior de la cueva tenía toda suerte
de productos, que vendía en el mercado negro con la ayuda de su hijo Pietro, el
padre de Lillo. Eran hombres de pocos escrúpulos que habían participado en
otros hechos de los que entonces las personas bien nacidas no solían hablar, al
parecer, delitos de sangre.
»En cambio, Lillo salió distinto. Era una especie de
literato, escribía poesías preciosas, leía mucho. Él fue quien me dio a conocer
las obras “De tu tierra”, de Pavese, “Conversación en Sicilia”, de Vittorini...
Yo lo iba a ver, por lo general cuando su familia no estaba, en un chalé
pequeño justo al pie de la montaña del Crasto, por la parte que mira al mar.
-
¿Lo derribaron para construir la galería?- Sí. O, mejor dicho, las excavadoras
que se utilizaron en la construcción de la galería hicieron desaparecer las
ruinas y los cimientos, pues el chalé quedó literalmente pulverizado durante
los bombardeos que precedieron al desembarco de los Aliados en el 43.
- ¿Podría
localizar a su amigo Lillo?
- Ni siquiera sé si está vivo o muerto y tampoco
dónde vive. Lo digo porque debe usted tener en cuenta que Lillo tenía o tiene
cuatro años más que yo.
- Dígame, señor director, ¿ha estado alguna vez en la
cueva?
- No. Una vez se lo pedí a Lillo, pero él se negó; había recibido órdenes
terminantes de su abuelo y su padre. Les tenía mucho miedo y bastante había
hecho revelándome el secreto de la cueva.
El agente Balassone, a pesar de su
apellido piamontés, hablaba milanés y tenía un rostro lúgubre de 2 de
noviembre.
«L'e el di di mort, alegher ¡Es el día de los muertos,
alegría!», había pensado Montalbano al verlo, recordando el título de un poema
breve de Delio Tessa.
Andrea Camilleri (Italia, 1925).
La ilustración corresponde al festejo de la Notte di Zucchero (noche de azúcar) durante el festejo del dia de los muertos en Sicilia, donde se ubica la acción de la novela.
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