"Sonríe a la imagen en el espejo, ni triste ni cansada."
¿Será
que no existe, que no sirve para nada? Ricardo le había hecho despreciar las
ganancias de una buena inversión en los terrenos del cocotal para salir en
defensa del clima, del cielo, de las aguas de Agreste, dando realidad y vida a
Antonieta Esteves Cantarelli, al darle una causa y una bandera. Su niño. Sonríe
a la imagen en el espejo, ni triste ni cansada. Se quita el camisón y se tiende
desnuda en la cama para esperarlo, apenas vestida con las marcas violetas de
los labios y de los dientes de Ricardo y vagos vestigios de las quemaduras.
Estará durmiendo cuando él entre, se despertará en sus brazos y juntos entrarán
en el Año Nuevo. Con retraso y sin champaña, detalles de poca importancia
comparados con la ternura y el deseo desmedidos. Encenderán los fuegos de la
madrugada para saludar al Año Nuevo y, en la barra de la mañana, en homenaje,
practicarán el doble «ipicilone». El doble no, el simple. Para ejecutarlo como
es debido, en la exactitud de las reglas absurdas, locas y, no obstante,
rígidas e inalterables, se necesita matrona experta en la cama, de la máxima
competencia, y adolescente ávido de gozo. O viceversa, un veterano de mil
batallas y una recluta apenas púber. En cualquiera de los dos casos, en el
desva- río de la pasión.
Jorge Amado (Brasil, 1912-2001).
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