Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 22 de mayo de 2018

Mayo: MEMORIAS DE ADRIANO, de Marguerite Yourcenar

"En Tíbur, desde lo profundo de un ardiente mes de mayo..."

Patientia
 
(Fragmento)

Arriano me ofrece algo mejor. En Tíbur, desde lo profundo de un ardiente mes de mayo, escucho en las playas de la isla de Aquiles la prolongada queja de las olas; aspiro su aire puro y frío, vago sin esfuerzo por el atrio del templo envuelto en humedad marina; veo a Patroclo... Ese lugar que no conoceré jamás se convierte en mi residencia secreta, mi asilo supremo. Allí estaré sin duda en el momento de mi muerte.
 
Hace años, di mi permiso al filósofo Eufrates para que se suicidara. Nada parecía más simple; un hombre tiene el derecho de decidir en qué momento su vida cesa de ser útil. Yo no sabía entonces que la muerte puede convertirse en el objeto de un ciego ardor, de una avidez semejante al amor. No había previsto esas noches en que arrollaría mi tahalí en mi daga para obligarme a pensar dos veces antes de servirme de ella. Sólo Arriano ha entrado en el secreto de ese combate sin gloria contra el vacío, la aridez, la fatiga, la repugnancia de existir que culmina en el deseo de la muerte. Imposible curarse de ese deseo; su fiebre me ha dominado muchas veces haciéndome temblar por adelantado como el enfermo que siente llegar un nuevo acceso. Todo me era bueno para postergar la hora de la lucha nocturna: el trabajo, las conversaciones proseguidas insensatamente hasta el alba, los besos, los libros. Está sobreentendido que un emperador sólo se suicida si se ve obligado por razones de Estado; el mismo Marco Antonio tenía la excusa de una batalla perdida. Y mi severo Arriano admiraría menos esta desesperación nacida en Egipto, si yo no hubiera triunfado de ella. Mi propio código prohíbe a los soldados esa salida voluntaria que he acordado a los sabios; no me sentía más libre para desertar que cualquier legionario. Pero sé lo que es acariciar voluptuosamente la estopa de una cuerda o el filo de un cuchillo. Terminé por convertir ese deseo mortal en una muralla contra mí mismo; la perpetua posibilidad del suicidio me ayudaba a soportar con menos impaciencia la vida, así como la presencia al alcance de la mano de una poción sedante calma al hombre que sufre de insomnio. Por una íntima contradicción, la ansiedad de la muerte sólo dejó de imponerse en mí cuando los primeros síntomas de mi enfermedad aparecieron para distraerme de ella. Volví a interesarme en esa vida que me abandonaba; en los jardines de Sidón, deseé apasionadamente gozar de mi cuerpo algunos años más.
 
 
Marguerite Yourcenar
(Escritora en lengua francesa nacida en Bélgica, educada en Francia y afincada en Estados Unidos, donde falleció. Tenía doble nacionalidad, francesa y estadounidense; 1903-1987).

La ilustración corresponde a un aspecto de la villa Tíbur del emperador Adriano en Roma, tal y como se conserva en la actualidad.

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