Sexta parte: La gran marcha
6
(Fragmento)
La
primera rebelión interna de Sabina contra el comunismo no tuvo un carácter
ético, sino estético. Pero lo que le producía rechazo era mucho menos la
fealdad del mundo comunista (los palacios destrozados convertidos en establos)
que la máscara de belleza que se ponía o, dicho de otro modo, el kitsch
comunista. Su modelo es la festividad denominada primero de mayo.
Había
visto las manifestaciones del primero de mayo en la época en que la gente aún estaba
entusiasmada o aún fingía plenamente el entusiasmo. Las mujeres vestían camisas
rojas, azules, blancas, de modo que, vistas desde los balcones y las ventanas,
formaban diversas figuras: estrellas de cinco puntas, corazones, letras. En
medio de las distintas partes de la manifestación iban pequeñas orquestas que
tocaban marchas. Cuando los manifestantes se acercaban a la tribuna, hasta las
caras más aburridas se iluminaban con una sonrisa, como si quisiesen demostrar
que se alegraban convenientemente o, más exactamente, que estaban
convenientemente de acuerdo. Y no se trataba de un mero acuerdo político con el
comunismo, sino de un acuerdo con el ser en tanto que tal. La festividad del
primero de mayo bebía de la profunda fuente del acuerdo categórico con el ser.
La consigna tácita, implícita, de la manifestación no era «¡viva el
comunismo!», sino «¡viva la vida!». La fuerza y la astucia de la política
comunista consistían en haberse apoderado de esta consigna. Era precisamente
esta estúpida tautología («¡viva la vida!») la que atraía a la manifestación
comunista incluso a aquellos que eran indiferentes a las tesis comunistas.
Milan Kundera (Checo nacionalizado francés, 1929).
(Traducido al español por Fernando Valenzuela).
La ilustración corresponde al desfile del primero de mayo en la ciudad de Praga, en 1956.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario