Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 5 de mayo de 2018

Cinco de mayo: NOTICIAS DEL IMPERIO, de Fernando del Paso


VI: «Nos salió bonito el archiduque» 1863
 
1. Breve reseña del sitio de Puebla
 
(Fragmento)
 
Es verdad que muchos salieron corriendo como gallinas al grito de «ya vienen los franceses» para vergüenza de ellos y de los que no lo hicieron, como gallinas, sí, pero no quitándose las plumas y sí arrojando al aire los kepis, pantalones, portafusiles, camisas y chaquetas, portacaramañolas, botas, en el camino se desvistieron mientras huían, corrían, desaparecían en la oscuridad para que los franceses no los pescaran con los uniformes puestos y arrojaron al aire y en el camino las cuñas, las piolas largas, las mechas con las que iban a clavar los cañones, incendiar la pólvora, reventar los obuses, y hasta sus propios fusiles arrojaron al aire en lugar de romperlos como había sido la orden del general en jefe del Ejército de Oriente, arrojaron, aventaron al aire medias y polainas, cinturones, gallardetes, se esfumaron, es verdad, pero otros muchos sí se quedaron al pie del cañón, de sus cañones, para destruirlos, y aunque algunas bocas de fuego no se rompieron a la primera cargada, otras volaron hechas pedazos y cureñas, escobillones, avantrenes, muñones de morteros y cañones de a veinticuatro españoles e ingleses y de cañones-obuses de a quince neerlandeses, morteros a la Coéhorn, cañones-obuses belgas en cureñas Gribeauval saltaron en el aire desde las torres de los fuertes y los campanarios de los conventos y cayeron, llovieron sobre las calles, terraplenes y glacis, sobre las piedras y los escombros, sobre las manos, piernas, restos de los cadáveres mutilados por otras explosiones y en las trincheras inundadas donde se pudrían los cadáveres de las soldaderas con los cráneos destrozados por otros obuses, botes de metralla de a veinticuatro, granadas de mano: el General Mendoza, a quien se le inflaban los carrillos y se le erizaban los bigotes cuando se le subía la sangre a la cabeza, vestido como siempre con su estrambótico uniforme: casacón de cuello enorme y mangas de anchas vueltas, sombrero de gran escarapela y ancha carrillera de metal escamado, acicates gigantescos y otras extravagancias, se había dirigido la noche anterior a parlamentar con el General Forey, y regresado unas horas después con la espada entre las piernas (su espada cuya finísima hoja toledana había sido partida en dos por la bala de un cazador de Vincennes y que según decían había pertenecido al mismísimo y siniestro Duque de Alba), muerto de la vergüenza y de la rabia porque Forey se había negado a la petición del general en jefe de permitir que salieran de la plaza las tropas mexicanas con sus armas y los honores de la guerra para dirigirse a la ciudad de México, y había dicho que no, que la rendición tenía que ser incondicional y que las tropas mexicanas debían entregar las armas y declararse prisioneras y de no ser así, agregó el General Forey, vamos a asaltar la plaza y a pasar a los mexicanos a cuchillo. Y fue entonces, y para no dejar en posesión del enemigo armas o municiones que pudiera utilizar después, cuando el General Paz reunió en el Convento de Santa Clara a todos los jefes de artillería y les dijo que por órdenes del general en jefe a las cuatro y media en punto de esa mañana del 17 de mayo de 1863 tenían que volar todos los depósitos de pólvora, romper todos los fusiles, clavar los cañones, aserrar las cureñas y quemar o inutilizar todas las municiones, y esa fue la hora en que se escuchó en uno de los fuertes de la ciudad una gran explosión seguida de otras más y muchas más y el cielo se iluminó con los resplandores, se llenó de relámpagos, y al despuntar el alba de los fuertes y los conventos se levantaban todavía las fumarolas negras, las fumarolas blancas y las lenguas de fuego, inmensas lenguas de fuego amarillo, rojo, azul, como si todas las manzanas y plazas de la ciudad, la de los Locos y la del Rastro, la de la Estampa y la de la Misericordia y todos sus edificios: el Teatro de los Gallos, el Parián, el Hospicio de los Pobres, el Correo, la catedral construida por los ángeles estuvieran en llamas, y con las casas todos los soldados y los cadáveres de los soldados muertos durante el sitio y los habitantes: mujeres, ancianos, niños.
 
El General Forey se puso su sombrero de grandes plumas largas y blancas: estaban vengados el deshonor y la dolorosa sorpresa que había sufrido Francia casi un año antes, el 5 de mayo de 1862.
 
El 5 de mayo de 1862, la grande armée francesa, el ejército triunfador de la Guerra de Crimea y de la Guerra por la Unificación de Italia, invicto desde Waterloo, fue derrotado en su intento de tomar la ciudad de Puebla por los defensores mexicanos de la plaza: el Ejército de Oriente, al mando del General Ignacio Zaragoza.
 
El General Lorencez contempló algunas de las balas que habían disparado contra los franceses los cañones de los fuertes de Loreto y Guadalupe y dijo, al recordar que Saligny había prometido que las tropas de Luis Napoleón serían recibidas por los ciudadanos de Puebla con una lluvia de rosas: «Estas son las flores del ministro».
 

Fernando del Paso (México, 1935).
 
La ilustración corresponde a El General Bazaine ataca el fuerte de San Javier durante el sitio de Puebla
(Le Général Bazaine attaque le fort de San-Xavier lors du siège de Puebla), de Jean-Adolphe Beaucé.

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