(Fragmento)
Seis de la tarde
Un
atardecer de mayo, a la hora de las citas. La hora en que la mitad de la ciudad
por debajo de los treinta años peina cuidadosamente sus cabellos y viste sus
mejores prendas para acudir a la cita. Y la otra mitad de la ciudad, también
por debajo de los treinta, ha empolvado su nariz y se ha emperifollado para
acudir a la misma cita. Desde todos los puntos, ambas mitades de la ciudad se
reunían. En cada rincón, en cada restaurante y bar, en las puertas de las
tabernas y en los vestíbulos de los hoteles, bajo el reloj de las joyerías, y
casi en todas las plazas, nadie podía decir que había sido el primero en
llegar. Y se repetía el mismo diálogo de siempre, tan viejo como las colinas:
- ¡Hola! ¿Hace mucho que esperas?
-
¡Estás deslumbrante! ¿Adónde vamos?
Así
transcurría aquel atardecer. Al Oeste, el cielo vestía de arrebol; se hubiera
dicho que estaba engalanado para la misma cita, luciendo un par de estrellas
como broches de diamantes que sujetaban el traje de noche. Los letreros
luminosos empezaban a centellear a lo largo de la calle, coqueteando con los
transeúntes, como todo el mundo aquella noche; las bocinas de los automóviles
resonaban y cada cual iba a alguna parte, pero todos con prisa. El aire no era
exactamente aire, era champaña hecho aire, levemente perfumado con Coty, que se
subía a la cabeza, o tal vez al corazón, de aquel a quien cogía desprevenido.
17. Cinco días antes de la ejecución
(Fragmento)
-
Dígame una o dos cosas más. Era una función de la Mendoza, ¿no es así? ¿Puede
usted decirme la fecha aproximada?
-
Puedo decirle la fecha exacta. Estuvieron juntos en el teatro la noche del
veinte de mayo último, desde las nueve hasta poco después de las once.
-
Mayo… —dijo ella para sí en voz alta-. Usted me intriga extraordinariamente -le
confesó. Hizo un movimiento y hasta le tocó suavemente en el brazo-. Tenía
usted razón; después de todo, es mejor que suba conmigo un momento. Mientras
subían en el ascensor, ella sólo le dijo una cosa:
-
Me alegro mucho de que usted haya acudido a mí por este asunto.
Salieron
en el decimosegundo piso más o menos; Lombard no estaba seguro. Ella abrió una
puerta y él la siguió. Arrojó descuidadamente sobre una silla la estola de
zorro rojo que había estado colgando de su brazo. Luego se separó de él,
caminando sobre un brillante piso que reflejaba su figura invertida, como un
embudo de plata volcado.
-
El veinte de mayo, ¿no? -preguntó por encima del hombro-. En seguida vuelvo,
siéntese.
Se
dirigió a otra habitación, encendió la luz y permaneció allí un momento. Cuando
volvió, traía un puñado de papeles que parecían facturas, pasándolas de una
mano a otra. Antes que llegara al lado de Lombard, pareció encontrar una que
servía a su propósito más que ninguna otra. La conservó, arrojó las otras y se
acercó a él.
-
Creo que lo primero que debemos establecer antes de ir más lejos –dijo- es que
yo no soy la persona que estuvo con ese hombre en el teatro aquella noche. Mire
esta factura. Era una cuenta de sanatorio por un período de cuatro semanas, a
partir del 30 de abril.
-
Estuve internada en el sanatorio por una operación de apendicitis, desde el
treinta de abril hasta el veintisiete de mayo. Si esto no le basta, puede
comprobarlo acudiendo a los médicos y a las enfermeras.
-
Me basta -dijo él, lanzando un largo suspiro de derrota.
En
lugar de hacer un movimiento para indicarle que la entrevista había terminado,
ella se sentó.
William Irish: Cornell George Hopley-Woolrich
(Estados Unidos, 1903-1968).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario