Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 16 de mayo de 2024

Mirándolas dormir: ORIENT EXPRESS, de Graham Greene


Segunda parte: Colonia

(Fragmento del capítulo I)

Coral levantó la otra cortinilla y vio a Myatt que dormía reclinado contra un costado del pasillo. Su primer impulso fue despertarle; pero al instante optó por dejar que siguiera durmiendo y continuar ella gozando del lujo que le deparaba el sacrificio ajeno. Sentía una especie de ternura por aquel desconocido, como si él le hubiese inculcado nuevamente la esperanza en una vida que no fuera de lucha continua. Pensó que el mundo no era quizá tan hostil como se figuraba y recordó que también el sobrecargo le había hablado con cariño y le había gritado: «¡Acuérdese de mí!». Lo de ahora le hacía parecer menos fantástico que el sobrecargo se acordara de ella. Ahí fuera, delante de la puerta, dormía aquel joven judío, dispuesto a soportar horas de incomodidad por una mujer a quien no conocía. Y por vez primera pensó gozosa: «Quizá tenga una vida, quizá exista en el espíritu de la gente aun cuando no me vean o no me hablen…». Miró de nuevo por la ventanilla. El pueblecito había desaparecido y también las colinas que momentos antes contemplara. Sólo el río parecía el mismo. Y Coral volvió a dormirse.

(Fragmento del capítulo II)

Coral abrió la puerta y entró. Myatt levantó la cabeza y sonrió; pero su trabajo le absorbía por entero. Coral hubiera querido coger aquellos papeles, darle la solución del problema y recomendarle que no dijera a su profesor quién le había ayuda- do. ¿Ayudado por quién? ¿Su madre? ¿Su hermana…? «Un allegado más próxi- mo que una prima», pensó Coral sumida en ese fácil silencio, prueba de la familiaridad que se había creado entre los dos.

Cansada ya de contemplar a través de la ventana la nieve que se iba acumulando, Coral se dirigió a Myatt:

- Usted me dijo que podía venir cuando quisiera.

- Exacto.

- Haberme separado tan bruscamente de usted sin darle siquiera las gracias es una imperdonable ingratitud. Anoche fue usted muy amable conmigo.

- Usted estaba enferma y yo no podía soportar la idea de que tuviera que pasar la noche al lado de aquel hombre -dijo Myatt con impaciencia golpeando los papeles con la punta del lápiz-. Necesitaba usted dormir.

- Pero ¿por qué se tomó usted tanto interés por mí?

Coral provocó esta respuesta fatal:

- Me pareció que la conocía a usted muy bien.

Si el silencio de la muchacha no hubiese traslucido una pesadumbre cierta, Myatt se hubiera sumido nuevamente en sus cálculos. Pero Coral observó que su compañero de viaje estaba preocupado, sorprendido y algo desconcertado. «Sin duda cree que yo quiero que me haga el amor», pensó. Y se preguntó si era esto en verdad lo que ella anhelaba… En tal caso no se diferenciaría Myatt de los otros judíos que ella conociera por poco que le acariciara los cabellos y se atreviera a besarla en el pecho. «Cuando menos, le debo esto», pensó. Y la acumulada experiencia de otras mujeres le dijo que era mucho más lo que le debía. «Pero ¿cómo puedo yo pagarle si él no me exige que le pague?».

La mera idea de realizar aquel extraño acto no estando borracha, como suponía era el caso en algunas mujeres, o apasionada, y sólo por gratitud, la dejó helada. Ni siquiera sabía con certeza cómo debía comportarse una en esta situación. Ignoraba si era obligado pasar toda la noche con él, desnudarse completamente en el frío vagón. Pero empezó a sentirse aliviada al pensar que el joven era igual que los otros judíos que había conocido y que se contentaría con poquita cosa. La única diferen- cia estribaba en que Myatt era más generoso.

"¿Qué debo hacer? ¿He de desnudarme?"

Tercera parte: Viena

(Fragmento del capítulo III)

-Qué dulce eres… -y luego, con asombro-: ¡Qué adorable! Nunca se había sentido invadido por la lujuria, dominada sin embargo, y, por dominada, la notaba surgir con más intensidad. Siempre se había lanzado a las nuevas aventuras con un entusiasmo fácil.

- ¿Qué debo hacer? ¿He de desnudarme?

Myatt asintió con la cabeza, ya que se encontró incapaz de proferir una palabra. Contempló cómo la muchacha dejaba la litera y se iba a un rincón del compartimiento, donde comenzó a desvestirse despacio y metódicamente, doblando cada prenda, una por una, según se las iba quitando: la cominación, el corpiño, la camiseta..., amonto- nándolas ordenadamente encima del asiento de enfrente. Mientras Myatt observaba los movimientos calmos y concentrados de la muchacha, adqui- ría conciencia de lo inadecuado de su propio cuerpo.

- Eres encantadora. -Lo dijo con voz entrecortada, bajo los efectos de aquella excita- ción inédita.

Cuando ella fue a su encuentro, Myatt se dio cuenta de que se había engañado. La muchacha aparecía sofocada por la emoción y el temor se asomaba a sus ojos. Parecía indecisa, dudando entre reír o llorar. Pero su encuentro en el estrecho espacio entre los asientos se efectuó con toda naturalidad.

Ojalá se apagaran todas las luces -dijo Coral.

"Ojalá se apagaran todas las luces -dijo Coral."

Cuarta parte: Subótica

(Fragmento del capítulo II)

Antes que el tren llegara a Budapest, Coral Musker se había dormido. Cuando Myatt, presa de calambres, retiró el brazo que había pasado debajo de la cabeza de la muchacha, ésta despertó. La alborada gris semejaba un mar aceitoso y plomizo. Coral saltó con prontitud de la cama y se vistió. Sus movimientos bruscos parecían distanciar, con la profundidad de una sima, el presente y la metódica precisión de la víspera. Estaba excitada y no acertaba a encontrar las prendas de vestir. Con aire jovial se puso a canturrear: «I’m so happy, Happy-go lucky me». A causa de la velocidad del tren fue a dar contra el cristal, pero ni siquiera lanzó una ojeada a aquella mañana grisácea. Acá y acullá se encendían luces, pero no había aún bastante claridad para poder distinguir las casas próximas a la vía del tren. Un puente iluminado sobre el Danubio refulgía como una charretera. «I just go my way, singing every day».

Cerca del río una casona blanca mostraba dos puntos luminosos en la planta baja, pero al fijarse en ellos Coral, las luces se apagaron. «Sin duda se han divertido hasta muy tarde -pensó-. ¿Qué habrá ocurrido ahí?». Coral rompió a reír. En aquel momento simpatizaba con quienes eran jóvenes, osados y audaces. «Things that worry you, Never worry me. Summer follows Spring. I Justs smile and…».

Ya completamente vestida, faltando sólo calzarse, Coral se volvió hacia la cama donde yacía Myatt.

El judío dormía, sumido en un sueño intranquilo. Su cara requería un afeitado. A duras penas lograba Coral asociar a aquel hombre fatigado, con los vestidos arrugados, con la excitación y el sufrimiento de la noche anterior. Aquel hombre era un desconocido que declinaría toda responsabilidad sobre las palabras pronunciadas por el otro en medio de las tinieblas. ¡Qué de cosas le había prometido a Coral! Pensó luego que tal suerte no era para ella y de nuevo acudieron a su mente las frases de las viejas y experimentadas mujeres: «De antemano le prometen a una todo el mundo», pero el extraño código moral de su clase le dictó el consejo: «No recordarle jamás sus promesas». De todos modos, Coral se acercó al durmiente y trató con suavidad de alisar sus cabellos. Quería encontrar de nuevo el rostro conocido, el rostro de su amante. Al tocarle la frente, Myatt se despertó. Coral se irguió animosamente para afrontar aquella mirada en la que temía ver reflejada una completa ignorancia de sí mismo y de cuanto había ocurrido entre ellos. Se confortó diciéndose: «cuando una puerta se cierra, ciento se abren…» y quedó alegremente estupefacta al oír que Myatt, sin el menor esfuerzo para recordar, le decía: «Será preciso que busquemos al violinista».

Graham Greene
(Inglés fallecido en Suiza, 1904-1991).

(Traducido al español por Luis de Caralt).

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