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domingo, 9 de abril de 2023

Conejos y Tampico: EL FISTOL DEL DIABLO, de Manuel Payno

"... y trajo a poco con el hicoco un conejo; y sea dicho de paso, con la mayor delicadeza..."

(
Fragmento del capítulo VIII. Santiago Tlatelolco)

El cazador preparó su escopeta, apuntó al aguilucho, y por fin, disparó. El pájaro voló de la rama, y fue a caer en una barranca a poca distancia.

Salir el tiro, volar el pájaro y correr ladrando en su seguimiento, fue todo obra simul- tánea y de un instante.

El perro, precipitándose violentamente por el declive de la barranca, llegó poco tiempo después que el ave herida de las alas y sin fuerza, había caído en medio de un arroyo, que con estrépito y saltando entre rocas y arbustos, corría en el fondo del precipicio.

- ¡Hola! Turco, aquí, aquí, sin destrozar el pájaro… pronto, aquí, bribón… toma, toma.

El cazador, al mismo tiempo, que con toda la fuerza de sus pulmones hablaba con su perro, había echado su escopeta al hombro, y con una ligereza comparable a la del fiel sabueso, descendía por una estrecha vereda. El perro, que después de perseguir al aguilucho logró cogerlo, subía con rapidez hacia donde se hallaba su amo.

- ¡Pícaro! ya comenzabas con tu maña vieja, y has destrozado un ala a esta infeliz águila, como si no hubiese sido bastante la munición.

El Turco, humildemente dejó el ave a los pies de su amo, se acostó en la tierra, y volvió a gruñir tristemente, como si llorara por la reprimenda de su dueño.

- ¡Dios mío! -dijo el cazador-, hay en esta barranca tantos conejos como piedras. Tres días enteros pasaría yo aquí sin comer. Mientras esto decía, volvió a cargar su escopeta, que era de una excelente fábrica inglesa, y disparó, casi sin apuntar, a la multitud de conejos que saltaban de los matorrales. El perro, avisado, listo y atento a los movimientos de su amo, se lanzó sobre la caza inmediatamente que oyó tronar el fulminante, y trajo a poco en el hocico un conejo; y sea dicho de paso, con la mayor delicadeza, de suerte que su amo en vez de reñirlo, le hizo muchas caricias, a que el perro correspondió abundantemente. Volviendo a cargar su escopeta, repitiendo la misma conversación con el Turco, el cazador, no sólo bajó hasta el fondo del precipicio, sino que subió a una prominencia situada en el parte opuesta, y desde donde se descubría una de las más encantadoras vistas.


El sitio en que pasaba esta solitaria escena entre un cazador y su perro, era en la cumbre de la Sierra Madre, en el camino de Tampico, y a dos o tres leguas de un pueblecito llamado Jaumave.* Algunos de los lectores, que hayan subido a la cumbre de la alta cordillera, podrán recordar la fría y delgada atmósfera que se respira; la majestad infinita en que se encuentra el hombre que mira aglomerarse las nubes a sus pies, y formarse las tempestades, la pintoresca vista de los arroyos, que, como serpientes fabulosas con escamas de plata, se deslizan y pierden en medio de los espantosos precipicios que forman las montañas; y luego, entre las rocas áridas y enormes, hay a veces un pequeño valle, ameno, verde, fresco, lleno de flores silvestres, con un estanque cristalino y un bosquecillo de árboles. Tendiendo la vista, se divisan inmensos valles, que se pierden entre la bruma y las nubes de púrpura que van elevándose del horizonte, o series de montañas, colocadas unas tras otras, como una perspectiva, donde van disminuyéndose, y deslavándose las tintas azules, hasta formar un medio color vaporoso e indefinible: tal era la perspectiva que tenía el cazador delante de sus ojos, y la cual contemplaba extático volviéndose hacia todas partes, y examinando cada uno de los puntos con una minuciosa atención.

Manuel Payno (México, 1810-1894).

* Es muy probable que el sitio al que Payno se refiere sea la región de poco más de ciento cuarenta hectáreas denominada El Cielo, que se ubica en la proximidad de Jaumave y a 148 kilómetros de Tampico. Fue designada por la Unesco como reserva de la biósfera, en 1986. La ilustración corresponde a una imagen de su paisaje.

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