Regresa la primavera a Vancouver.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Eclipse: LA CONDESA SANGRIENTA, de Valentine Penrose

"... caían del cielo durante los eclipses de luna, esa luna que gobierna al mundo de los venenos."
 
(Párrafos finales del capítulo XVI)

Por la parte alta de la ciudad, en los alrededores de la iglesia más antigua de Viena, Sant-Rüprecht, que mira cómo se pone el sol iluminando su campanario triste y pequeño, había muchas cosas que podían atraer a Erzsébet. Sigue siendo la judería. Aún es posible encontrar en ella mandrágoras y esos mismos dientes de peces fósiles, color jade, tan buscados a la sazón. Se encontraban también, en torno a la vieja sinagoga, judías muy jóvenes. Jó Ilona consiguió convencer a algunas de que entrasen al servicio de la Condesa. Un día incluso, una vieja trajo a una niña judía de unos diez años que había encontrado vagando por la ciudad. Las tiendas donde se vendían las plantas y las piedras mágicas, así como los animales disecados, se ocultaban alrededor de la Juden Platz, y la litera de Erzsébet hizo frecuentes apariciones entre las viejas casas cargadas de escudos. Venía, sombría y centelleante, a escoger en persona amuletos de cuarzo y dientes de lobo, lenguas de serpiente o esos minerales que la propia naturaleza marcaba a veces, los misteriosos gamahés firmados por los astros.
 
Esto es lo que acudían a buscar las sirvientas de Erzébet a este barrio de la ciudad, al tiempo que se fijaban en si no habría por allí alguna joven campesina desocupada a la que pudieran convencer para que las siguiera.
 
Existen aún en Viena tiendas de ésas donde se venden cosas extraordinarias: estatuillas en forma de momias tendidas en minúsculos sarcófagos, amuletos colgados entre los collares de granates y de topacios, montados en cadenas de plata o engastados en el oro más fino; o también corazones de madréporas lívidos y salpicados de manchas, y otros hechos con esa espuma de mar blanca que contiene algo que se asemeja a gotas de sangre. Otros corazones de jaspe, también sanguinolento, perforados en ocasiones, y que habían hecho morir a alguien. Ágatas, dientes y garras de animales salvajes y el fascinante, el duro diente de tiburón que se supone que nace donde cae el rayo, en la tierra o en el agua. Pues se pensaba que estos dientes fósiles los producía la propia tierra. Plinio había creído que caían del cielo durante los eclipses de luna, esa luna que gobierna al mundo de los venenos. Aquellas piedras recibían el nombre de ceraunias o piedras de rayo; tardaban un tiempo infinito en volver a la superficie del suelo donde se habían hundido bajo forma, se decía, de hacha o de flecha de jade verdoso. Se encontraban allí concreciones que no pertenecían al reino mineral, como esas alectorias que se forman en el hígado de los gallos viejos y una piedrecilla hueca que tenía grabada una especie de ojo que era una batracita.
 
 
Valentine Penrose (Francesa fallecida en Inglaterra, 1898-1978).

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