1616: El colegio romano, instituto de investigaciones del Vaticano, confirma los descubrimientos de Galilei.
(Fragmento)
El segundo astrónomo: ¡Principiis obsta! Todo comenzó cuando nosotros empezamos a calcular la duración del año solar, las fechas de los eclipses de sol y luna, las posiciones de los astros en años y días según las tablas de Copérnico, que es un hereje.
Un monje: Yo me pregunto: ¿qué es mejor, presenciar un eclipse de luna tres días más tarde que lo indicado por el calendario o no alcanzar nunca la bienaventuranza eterna?
Un monje muy delgado (se adelanta con una Biblia abierta en la mano y señala fanáticamente un fragmento con el dedo): ¿Qué es lo que dicen las Sagradas Escrituras? "Sol no te muevas de encima de Gabaón ni tú Luna de encima del valle de Ayalón." ¿Cómo puede detenerse el Sol si no se mueve en absoluto, como sostienen esos herejes? ¿Mienten acaso las Sagradas Escrituras?
El segundo astrónomo: Hay apariciones que a nosotros, los astrónomos, nos provocan dificultades, ¿pero acaso es necesario que el hombre comprenda todo? (Los dos astrónomos se retiran.)
El monje: ¡La patria del género humano convertida en una estrella errante! Al hombre, animal, planta y toda la demás naturaleza los meten en un carro y al carro lo hacen dar vueltas en un cielo vacío. Para ellos no hay más ni cielo ni tierra. La Tierra no existe porque sólo es un astro del cielo y tampoco el cielo porque está formado por muchas tierras. No hay más diferencia entre arriba y abajo entre lo eterno y lo perecedero. ¡Que nosotros nos extinguimos ya lo sabemos, que también el cielo se extingue nos lo dicen ahora ésos! Sol, luna, estrellas y nosotros vivimos sobre la tierra. Así se dijo siempre y así estaba escrito. Pero ahora la tierra es también una estrella, según ése. ¡Sólo hay estrellas! Llegará el día en que éstos dirán: tampoco hay hombres ni animales, el hombre mismo es un animal, sólo hay animales.
El primer erudito (a Galilei): Ahí abajo se le ha caído algo.
Galilei (que entretanto había sacado una piedrecilla del bolsillo, jugando con ella y dejándola caer. Mientras se agacha para recogerla): Arriba, Monseñor, se me ha caído hacia arriba.
El prelado gordo (dándole la espalda): ¡Desvergonzado! (Entra un Cardenal muy viejo apoyándose en un monje. Se le hace lugar con mucho respeto.)
El cardenal muy viejo: ¿Están todavía adentro? ¿No pueden terminar más rápido con esas nimiedades? ¡Ese Clavius podría entender un poco más de su astronomía! He oído que ese señor Galilei trasplanta al hombre desde el centro del orbe a un borde cualquiera. Por consiguiente y sin ninguna duda es un enemigo de la naturaleza humana y como tal debe ser tratado. El hombre es la corona de la creación, eso lo sabe cualquier niño. La criatura más sublime y bienamada del Señor. ¿Cómo puede colocar él esa maravilla, ese magnífico esfuerzo en un asteroide minúsculo, apartado y que dispara continuamente? ¿Acaso él mismo mandaría a su propio hijo así, a un lugar cualquiera? ¿Cómo puede existir gente tan perversa que tenga fe en estos esclavos de sus tablas numéricas? ¿Qué criatura del Señor puede tolerar una cosa así?
El prelado gordo (a media voz): El señor está presente.
El cardenal muy viejo (a Galilei): ¿Así que es usted? Pues mire, yo ya no veo muy bien, pero sí puedo decirle que usted se parece muchísimo a esa persona que condenamos en su tiempo a la hoguera. ¿Cómo se llamaba?
El monje: Vuestra Eminencia no debe alterarse, el médico...
El cardenal muy viejo (rechazándolo, a Galilei). —Usted quiere degradar a la tierra, a pesar de que viva sobre ella y que de ella todo lo recibe. ¡Usted ensucia su propio nido! ¡Ah, pero no lo consentiré! (Deja a un lado al monje y comienza a pasearse con orgullo.) Yo no soy un ser cualquiera que habita un astro cualquiera que da vueltas por algún tiempo. Yo camino sobre la tierra firme, con pasos seguros. Ella está inmóvil, ella es el centro del Todo y yo estoy en su centro y el ojo del Creador reposa en mí, solamente en mí, giran, sujetas en ocho esferas de cristal, las estrellas fijas y el poderoso Sol que ha sido creado para iluminar a mi alrededor. Y también a mí, para que Dios me vea. Así viene a parar todo sobre mí, visible e irrefutable, sobre el hombre, el esfuerzo divino, la criatura en el medio, la viva imagen de Dios, imperecedera... (Se desploma).
Bertolt Brecht (Alemania, 1898-1956).
La ilustración corresponde a la puesta en escena dirigida por Joseph Discher con Sherman Howard como Galileo.
La ilustración corresponde a la puesta en escena dirigida por Joseph Discher con Sherman Howard como Galileo.
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